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El niño emperador

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Una niña dando órdenes

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Por Manuel Álvarez Romero. Director del Centro Médico Psicosomático de Sevilla
     

Así se denomina un «modelo de hijo» que se da hoy con más frecuencia de lo deseable. El psiquiatra alemán M. Winterhoff, autor de «Por qué nuestros niños se convierten en tiranos. O la abolición de la niñez», fundamenta el problema en un estancamiento de los chavales en la fase narcisista -pasajera- de su desarrollo.

Concretamente, aparece hacia el segundo año de la vida, pero que en algunos casos se prolonga en demasía.

¿Cómo se ha venido a entronizar a estos chavales con tal distintivo? No, si no se les entroniza, son ellos los que como Napoleón se constituyen en supuesta autoridad y tratan de ejercitarla en el ámbito familiar que procuran dominar.

¿Son nuestros tiempos propicios a esta figura infantil?

Pues sí. En efecto, se dan una serie de rasgos sociales, que diluyen la autoridad de los padres hasta dejar un vacío que el niño aprovecha para hacerlo suyo. Nunca quedará suficientemente resaltada la importancia de la unidad de los padres. De ella depende la coherencia y fácil asimilación de los mensajes que los hijos reciben. Es un apasionante reto educativo que proporcionará impagables alegrías a todos los componentes de la familia. El hedonismo y el relativismo dominantes, la satisfacción inmediata de los deseos sin saber esperar, y la escalada consumista son factores nada desdeñables para entender esta triste y grave patología socio-familiar. No debemos olvidar la importancia que reviste la rotura familiar (separaciones y divorcios) que suelen ser -tantas veces- los primeros síntomas de una desestabilización en las relaciones paternofiliales. Un niño tirano genera una espiral de dominio construida en base a la culpa que hace renacer en sus padres mediante comparaciones o acusaciones, con amenazas de pataletas, fugas y autolesiones, etc.


Con las ayudas necesarias es preciso reconvertir, cuanto antes, a los niños emperadores o tiranos, instaurando la autoridad necesaria, las reglas oportunas, la coherencia saludable, el respeto conveniente y los límites razonables.


Y mejor aún, lógicamente, si se logra la deseada prevención educando en el desprendimiento y en el correcto «manejo» del inevitable dolor que el vivir conlleva -físico o moral-  capaces de propiciar un carácter noble, generoso y abierto. El desprendimiento enriquece; se educa cuando se exige y se exige cuando se ama. El buen amor nos hace felices. Muy al contrario las apetencias del gusto o los sentidos que cuando pierden el horizonte de su sentido amoroso, nos descentran del auténtico objetivo de nuestras vidas. Todo esto queda aún más facilitado y clarificado cuando nos movemos en un ambiente trascendente -sobrenatural- que da alas a nuestro pensar y a nuestro querer.

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