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El matrimonio de los hijos

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Los padres enseñamos a amar por lo que han conocido nuestros hijos de nuestro amor mutuo. Cuando nuestros hijos se casan habrán visto en sus padres como se relaciona el compromiso con un proyecto de vida sustancioso y valioso.

En la comunicación con el matrimonio de los hijos los abuelos hemos de saber estar: ver lo mucho que se puede hacer y saber lo que no se debe hacer. Siempre antes de actuar debemos pensar en la repercusión de nuestra actuación, para evitar que interfiera en las relaciones conyugales de los hijos. Hay que lograr que éstos valoren nuestra discreción al no actuar si no nos lo piden.

Ser abuelos que no se hacen imprescindibles, pero que sí manifiestan afecto, interés y disponibilidad para cuando lo necesiten; y entonces, si es conveniente y necesario, ayudarles a resolver un problema, con generosidad, cariño y comprensión, respetando su independencia, sin meternos en su vida.

El matrimonio de los hijos

Foto: THINKSTOCK 

Como premisa, los abuelos debemos aceptar sin ninguna reticencia al cónyuge que escogió nuestro hijo, aunque estimemos que su formación y costumbres son distintas a las que vivimos en nuestra familia. Fue el hijo el que decidió casarse con quien estimó que estaba dispuesto a compartir toda su vida. Debemos animarle a querer a su cónyuge con sus virtudes y defectos. Hay que enseñarle a «echar aceite» para suavizar sus roces conyugales. Nunca utilizar el «ya te lo decía yo». Entrometerse en el matrimonio de los hijos, -aunque sea con la mejor intención- , tratar de organizarles la vida, genera tensiones en su matrimonio, que pueden acabar en discusiones del tipo: «Es que tus padres», «Pues mira que los tuyos», que les separan, pues les recuerdan las diferencias de estilo de sus familias de procedencia: resaltan «lo tuyo y lo mío», cuando deben de buscar su estilo propio: «el nosotros». Hay que considerar que en el matrimonio cada esposo, según lo que vivió en su familia, tendrá un estilo distinto de vivir el amor en los detalles.


Siempre antes de actuar debemos pensar en la repercusión de nuestra actuación, para evitar que interfiera en las relaciones conyugales de los hijos


La intromisión de los abuelos, en ocasiones de la madre con su hija casada a la que «no quiere perder», puede generar tensiones conyugales importantes, sobre todo en los primeros años de un matrimonio. Cuando presenciemos alguna discusión matrimonial, si el ambiente se caldea, casi siempre lo mejor es «irse de puntillas», dejarles solos, pues quizás haya un motivo para que estén tensos y preocupados. Oír, ver y callar. Si considerásemos que el motivo de la discusión era importante, tras pensar lo que se puede sugerir al hijo, buscaremos más adelante el momento oportuno para comentarle algún aspecto que le ayude a evitar estas situaciones. Charlará con él, el abuelo que tenga más empatía en la relación con este hijo y sea capaz de afrontar el diálogo con más serenidad y claridad. En estas conversaciones podría ser oportuno contar a nuestro hijo los esfuerzos que, en alguna ocasión, tuvimos que realizar en nuestro matrimonio para superar momentos de discusión, que tras un diálogo, en el que supimos ceder ambos, acabaron en una gozosa reconciliación, que sirvió para reafirmar nuestro amor.

Si fuera el caso de que nuestro hijo acude a nosotros quejándose de su cónyuge, hay que extremar la prudencia y casi siempre reservar el consejo, pues no olvidemos que estaremos escuchando «una campana» y desconocemos cómo suena la otra. Valoraremos en esa ocasión si es prudente y si tenemos suficiente confianza, para tratar de escuchar a la «otra campana» y ayudar así a los dos a superar la tensión. En cualquier caso, no debemos caer en la tentación de darle la razón a nuestro hijo, pues aunque llegáramos a estimar que la tiene, nuestra intervención siempre debe estar enfocada a que dialoguen los esposos serenamente para superar la posible crisis, restauren la comunicación dañada y, si es necesario, enseñarles a perdonar y que lleguen a disfrutar de una buena reconciliación.

¿Cuándo es conveniente aconsejar?

Los abuelos no podemos quedarnos parados cuando se nos plantee un problema de conciencia al observar conductas en el matrimonio de nuestro hijo que ponen en peligro la estabilidad de su unión. Indudablemente para llegar a la necesidad de nuestra intervención deberá tratarse de un asunto grave. Por ejemplo podemos plantearnos intervenir:

–   Si observamos que los padres, que deben ser los protagonistas y los mejores educadores de sus hijos, uno o los dos, se inhiben de esta fundamental responsabilidad, o bien mantienen criterios educativos distintos que están perjudicando a la educación de los nietos.

–   Cuando los esposos están organizando su vida como si permanecieran solteros, sin contar con el otro al disfrutar del tiempo libre, mantienen sus amigos por separado y no saben divertirse juntos y cultivar con libertad cada uno sus aficiones.

–   Si no concilian la vida laboral y familiar de modo que ambos colaboren en los trabajos necesarios para hacer grata la estancia en el hogar familiar.

–   Si en el trabajo profesional, uno o los dos, se relacionan de modo inadecuado con compañeros del otro sexo: viajes juntos de varios días, realizar confidencias matrimoniales al compañero/a de trabajo. Coquetear en suma. Es el riesgo de la tercera persona.

Seguro que al lector se le ocurrirán más ejemplos, pero estos pueden ser suficientes para que los abuelos se planteen intervenir, por supuesto repito, siempre y en primer lugar, con nuestro hijo, dialogando incansablemente para que cambie de actitud o en su caso plantee al otro cónyuge el peligro que a la larga supondrá para su matrimonio este tipo de conductas inadecuadas. En estas circunstancias, actuando con el mayor cariño, hay que correr el riesgo de que piensen que nos entrometemos en su vida, pero podremos ayudar a los esposos a comprender que necesitan tiempos para comunicarse sentimientos, hablar de la educación de los hijos, organizar bien la convivencia familiar, divertirse juntos y en bastantes ocasiones a solas, sin amigos. Es decir, CONVIVIR, que es vivir juntos y compartir ilusiones, intereses, esfuerzos y esperanzas familiares. Comentarles que no es de otro tiempo, el salir juntos y cogidos de la mano: quererse como cuando eran novios, en que tenían la ilusión de pasar el mayor tiempo posible juntos, haciendo planes de futuro.

José Manuel Cervera González. Secretario de la Asociación de Abuelas y Abuelos

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