Siempre que comienza un nuevo curso, comienzan con él un montón de planes y sueños. En esos primeros días se llenan las mochilas, y revisamos las interminables listas de libros y material que hay que comprar. El fin de verano sigue provocando ese sentimiento agridulce, algo nostálgico, a la vez que nos trae el nerviosismo y la emoción de volver a empezar las clases y nuestra vida normal.
Pequeños y mayores, todos vivimos intensamente el inicio de curso. Se preguntan si sus amig@s se acordarán de ell@s, qué planes habrán hecho los otros durante el verano, ¿cuál será el último aparato electrónico que ahora está de moda? Son pequeñas incertidumbres, y si nos sentamos un rato a hablar juntos veremos que les preocupa sobre todo el ser aceptados por el grupo, por sus amigos.
Estos momentos «fuertes» no hay que dejarlos pasar. Sirven para hablar con ellos, y ayudarles a descubrir y entender sus propios sentimientos. Este curso aprenderán infinidad de conceptos nuevos, pero hay algo que nadie les podrá enseñar igual de bien que sus padres: interpretar la experiencia afectiva, dar una explicación y un sentido a sus sentimientos. Y es una enseñanza que durará toda la vida.
Los sentimientos son complicados
Por una parte, no los elegimos. Sucede que algo que está fuera de nosotros (un chico, un regalo, un olor…) nos provoca una reacción sentimental: nos deja tristes, alegres, depres…; pero, por otra parte, nosotros podemos actuar a partir de los sentimientos que nos hayan sido provocados.
Con los sentimientos, entramos en contacto de un modo peculiar con la realidad que nos rodea. Por eso son tan importantes.
Ser capaces de entender y dar significado a la experiencia afectiva, nos ayudará a no ser esclavos de unos sentimientos «incomprensibles»
En cambio, comprender los sentimientos, saber a dónde nos llevan, qué valor hay que darles, nos enriquecerá; si aprendemos a descifrarlos nos dirán mucho de nosotros mismos, del deseo que los generan y hacia dónde nos conducen.
Por eso, merece la pena sentarnos un rato en el borde de la cama por la noche para ver qué sueños recorren sus cabezas, o buscar momentos especiales para hablar con calma de todo aquello que late en su corazón, pero que tampoco saben explicar muy bien. Sin duda, la adolescencia es el momento primordial de estas conversaciones, pero ojo, porque si esperamos tanto tiempo para empezar a hablar con ellos es posible que hayan entrado en la etapa del hermetismo afectivo y ya no nos quieran contar nada. Desde muy pequeños, incluso con tres años, podemos empezar a descubrir con ellos cuál es el significado de esos sentimientos.
Ondina Vélez. Directora del Máster de Educación Afectivo Sexual