En estos tiempos modernos en los que vivimos, todavía tenemos miedo o nos da reparo decir que nuestro hijo, sobrino o nieto, está yendo al psiquiatra.
En algunos casos nos avergonzamos de ello, pensamos que la gente va a pensar que es un loco o que, como piensan algunos, «debe estar muy mal para ir al psiquiatra»; en otros casos, puede darnos miedo por lo que nos vayan a decir o también existe la creencia errónea de que el psiquiatra lo único que hace es «empastillarte».
Ya es hora de cambiar estos prejuicios, es fundamental saber que el niño no esta excluido del riesgo de padecer enfermedades psiquiátricas, aunque la expresión y características de la psicopatología difiere respecto al adulto y, por ello, es también fundamental acudir a este especialista como bien dice el título de este artículo ‘desde los primeros síntomas’; porque, es entonces cuando podemos tratar y poner solución a los problemas antes de que estos afecten al funcionamiento global del niño, repercutiendo de forma negativa en su entorno familiar, social y escolar, además de dañar su autoestima, seguridad y capacidad de decisión.
Síntomas y diagnóstico
La prevalencia de psicopatología en la población infantil y adolescente se encuentra en torno al 15%. La detección precoz permite mejorar el pronóstico y proporcionar al niño un tratamiento temprano y ajustado a la patología para así devolverle a su nivel de funcionamiento previo.
El conocimiento de las distintas etapas del desarrollo del niño es importante para evaluar los comportamientos y nivel de adquisiciones. En este sentido, algunas conductas que a una edad son normales, tienen una interpretación distinta a otra; por ejemplo, es normal que un niño de 2 ó 3 años presente rabietas o diga ¡no! a todas horas, pero esta misma conducta a los 5 ó 6 años puede ser un indicio de la existencia de un trastorno de ansiedad o de una conducta oposicionista. Según el estado evolutivo en que se encuentra el niño se deben valorar las expectativas familiares y escolares, respecto al rendimiento y al funcionamiento del niño en esos entornos.
En la mayoría de los trastornos se da una alteración del sistema formado por el individuo, el entorno (escuela y sociedad) y la familia. En este sistema es fundamental la vulnerabilidad biológica del individuo y los factores externos que en su mayoría actúan como precipitantes y moduladores del comportamiento del individuo. Atender tan sólo a los factores externos puede no erradicar el problema subyacente, aumentar el peso de algunos factores, crear sentimientos de culpa y adoptar medidas de corrección transitorias y/o erróneas. Por ejemplo, si un niño presenta un trastorno de ansiedad y hacemos demasiado hincapié en que el ambiente (padres o educadores) ha presionado mucho a ese niño en los estudios, podemos crear sentimientos de culpa en los padres o sentimientos de que ‘no son capaces de educar’, o manejar bien a su hijo, olvidándonos de la vulnerabilidad biológica y la genética de ese niño, el cual pudiera tener dicho trastorno en cualquier otro ambiente.
Debemos acudir al especialista desde los primeros síntomas para poner solución a los problemas, antes de que estos afecten al funcionamiento global del niño
El niño y adolescente se mueve en distintas áreas de funcionamiento (hogar, familia, colegio y amigos) y su exploración psiquiátrica requiere de varias evaluaciones, con especial atención a la perspectiva familiar, así como al entorno desde el cual surge la demanda. El diagnóstico diferencial incluye trastornos clínicos, rasgos destacables de la personalidad, inteligencia, enfermedades médicas, problemas psicosociales y ambientales, rendimiento académico y la evaluación de la actividad global. Los padres, profesores, tutores, orientadores y directores espirituales de instituciones educativas con sus alumnos, así como los párrocos con sus feligreses y alumnos de catequesis, han de ser prudentes pues, a veces, se puede enjuiciar desde el punto de vista moral una conducta patológica que, en vez de una recomendación moral, requiere un tratamiento médico o, en ocasiones, ambas intervenciones. Por ejemplo, en el caso de un niño con hiperactividad se puede comentar que es un maleducado o que nunca hace lo que se le dice y, sin embargo, estamos dando un valor moral a los síntomas propios de su trastorno, que es algo semejante a reñir a un niño con cojera por… ¡¡¡cojear!!!, algo que jamás se nos ocurriría.
Aunque hay síntomas claros que a cualquiera le harían aconsejar una consulta psiquiátrica, como por ejemplo alguien que afirmara que «se le aparece Dios Padre para decirle que es un elegido para ser el nuevo Cristo y renovar el mundo», hay otras manifestaciones más sutiles que exigen de las personas que trabajan con niños y adolescentes formación, estudio y petición de consejo. Algunas de estas manifestaciones pueden ser: la tendencia a la melancolía, una timidez notoria, un carácter rígido y perfeccionista, rabietas exageradas, una afectividad variable, un impulso sexual exagerado, un comportamiento hostil y desafiante mantenido, dificultades escolares, etc.
En ocasiones, estas conductas son la manifestación más disruptiva de un problema o enfermedad. Enfermedades médicas y psiquiátricas, problemas psicológicos, de estructura y dinámica familiar y/o del entorno, no resueltas y mantenidas en el tiempo, pueden originar alteraciones de conducta graves.
Son trastornos que vemos con frecuencia en la infancia y adolescencia, el Trastorno por déficit de atención e hiperactividad, Trastorno negativista desafiante, Trastornos de ansiedad, Trastornos del humor, Trastorno obsesivo compulsivo, problemas de conducta, suicidio e intentos de suicidio, abuso de sustancias, retraso mental, Trastornos de conducta alimentaria… También pueden detectarse otros menos frecuentes como el autismo, otros trastornos generalizados del desarrollo, la esquizofrenia y otras psicosis no afectivas. Todos estos trastornos aparecen en nuestros niños, son niños normales, con familias normales y entornos normales, son niños con muchísimas cosas positivas puesto que son normales y sólo están esperando que les ayudemos y pongamos a su alcance medios para curarse en la mayoría de los casos, o conseguir un funcionamiento normal a pesar de sus síntomas en el resto.
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