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La reciprocidad y la calidad del amor

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Pareja enamorada

Foto: THINKSTOCK 
Por Emilio López-Barajas Zayas, Catedrático de Universidad.
     

Pigmalión sabía de la importancia del amor. Pigmalión era un escultor lleno de inteligencia, sensibilidad y fantasía. Y tal vez por ello, soñaba despierto con encontrar una mujer perfecta a quien ofrecer su amor y, claro ésta, le correspondiese.

El paso del tiempo con su experiencia le hizo perder la esperanza de encontrarla y frustrado en su intento, se dedicó con mayor pasión si cabe a esculpir con todo amor su «ideal de mujer», como un medio de compensar su anhelo insatisfecho. Una de esas esculturas, que salieron de sus manos inspiradas por el amor que deseaba, fue Galatea, arquetipo de la belleza. Al ver su obra perfecta, en su aventura apasionada por el amor, se enamoró de ella.

La narración mitológica nos cuenta que fue Afrodita quien intervino conmovida por la calidad del corazón del artista, haciendo que Pigmalión soñara que Galatea nacía a la vida. La sorpresa fue indescriptible cuando Pigmalión se acercó a la estatua un día y comenzó a sentir que el marfil dejaba su dureza, se hacía dúctil, cedía a sus dedos de artista, tomaba temperatura y se dejaba manejar fácilmente, tal como cuenta Ovideo: «Como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del sol». Al percibirlo, Pigmalión se llenó de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que esta sensación, esta emoción no era real sino algo que le engañaba.

El don del amor

Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos. Al despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita quien, conmovida, le dijo: «Mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal». Y así fue como Galatea se convirtió en humana (http: //es.wikipedia.org/wiki/Pigmali%C3%B3n, 2012).

Pigmalión no había encontrado un amor ideal que le correspondiera en la práctica, ya que el amor no es sólo una noción teórica. Pigmalión, por otra parte, no debería haber buscado la perfección porque el amor humano tampoco lo era, a pesar del sentimiento que expresara la nobleza de su corazón. Es más, su corazón parecía típico del hombre que suele pedir en el amor más de lo que puede dar.

El gran teatro del mundo nos ofrece también el caso contrario: aquellos hombres demasiado ambiciosos, es decir, aquellos a quienes únicamente interesa ser importantes, y son rebeldes al amor porque no se dejan querer. Claro está, que por otra parte, hay quienes manifiestan un deseo desmedido de ser amados, lo que les sitúa en una «cancha» que  poco tiene que ver con el verdadero amor.

La correspondencia libre es necesaria para la calidad del amor, pero ésta no siempre es factible. Sino escuchen: «Feliciano me adora y le aborrezco; / Lisardo me aborrece y yo le adoro; /por quien no me apetece ingrato, lloro,/ y al que me llora tierno, no apetezco./ A quien más me desdora, el alma ofrezco;/ a quien me ofrece víctimas, desdoro;/ desprecio al que enriquece mi decoro,/ y al que le hace desprecios, enriquezco./ Si con mi ofensa al uno reconvengo,/ me reconviene el otro a mí, ofendido;/ y a padecer de todos modos vengo,/ pues ambos atormentan mi sentido:/ aquéste, con pedir lo que no tengo;/ y aquél, con no tener lo que le pido» (Juana Inés de la Cruz).

La correspondencia verdadera por ello se hace posible sólo cuando somos conscientes del amor no merecido, a causa de nuestra contingencia, nuestra falta de virtud y debilidades. Un «ego» excesivo nos lleva frecuentemente a «querer ser amados por nuestra inteligencia, por nuestra belleza, por nuestra liberalidad, simpatía o excelencia de dotes».

Antes al contrario, el hombre, la mujer, tienen que esperar el regalo del amor, ya que el amor sólo puede ser recibido como don; no podemos exigirlo, ni «hacerlo» nosotros solos sin los demás; es más, el amor no se «hace», tenemos que esperarlo, dejar que se nos dé. Espera importante, porque el hombre sólo deviene plenamente hombre cuando es amado, cuando se deja amar. Si se niega a darlo o recibirlo se destruye. Y, además, el regalo del amante al amado en su proceso dinámico no puede ser cualquier baratija como a veces las «furias» le proponen.


El que sólo quiere dar y no está dispuesto a recibir, el que sólo quiere ser para los demás y no está dispuesto a reconocer que también él vive del sorprendente e inmerecido don del amor y la amistad de los demás, ignora la configuración fundamental del ser humano y destruye en consecuencia el verdadero sentido de la vida y la calidad del amor.


Una pura donación de sí mismo en el amor humano con la renuncia a la propia felicidad, tampoco sería la solución, ya que dicho escenario conduciría a una visión desencarnada del amor. La correspondencia es el «humus» natural del amor de calidad, pero habrá que decir finalmente que la correspondencia no es «matemática», ya que la experiencia hace patente que el amor se vivifica en la correspondencia y en la entrega.

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