Qué diferente es el mirar respecto al ver. Sin visión no hay mirada, pero la mirada enriquece grandemente al simple acto de ver. Mucho aprendí sobre estos temas, cuando preparaba el prólogo del libro «Saber mirar. El milagro de tus ojos», de la oftalmóloga psicosomática, Francisca López Checa (Almuzara, 2009). Desde entonces he procurado aprender personalmente y enseñar a los demás a mejor mirar y a leer con provecho en las miradas ajenas.
Un regalo en una mirada
El descubrimiento, en el madrileño museo del Prado, de un cuadro copia, bien peculiar de la Gioconda, me llevó a ocuparme de algo que ya es viejo tema para mí: El efecto Gioconda. Se trata de la conciencia del diálogo gestual que, con los demás, mantiene nuestra mirada. Un diálogo en espejo que solemos establecer, muchas veces sin una clara conciencia de que así lo estamos viviendo.
¡Cuánto aprenderemos con la buena lectura en la mirada ajena! ¡Cuánto nos enriquece la mirada llena de afecto de quienes bien nos quieren! Cuánta aportación positiva nos cabe, capaz de ser regalada a quienes miramos.
Y es que la influencia mutua, especialmente con nuestros próximos, alcanza una significación de magnitud inimaginable en la forma de ser y de actuar de cada uno de nosotros.
Precisamente a esta influencia es a lo que denominamos «efecto Gioconda», por lo insondable e impenetrable que nos parece, al igual que sucede con la enigmática y peculiar mirada de Mona Lisa, la protagonista del célebre cuadro de Leonardo da Vinci. Así bien, podremos encaminarnos hacia la reflexión sobre cómo nos vemos a nosotros mismos, cómo nos perciben los demás y cómo actuamos en función de lo que creemos que la gente piensa de nosotros. Emocionante tarea, que bien merece la pena, para conseguir el buen vivir y la felicidad que todos anhelamos y que ha quedado desarrollada en mi reciente libro El efecto Gioconda, Ed. Almuzara.
Cuando así no sucede es fácil desembocar en el desconcierto, tal como lo describe Fernando Pessoa en su libro del desasosiego. Y afirma: «Siempre me ha preocupado… que tomamos conciencia de nosotros mismos como individuos y que somos otros para los otros…, pero sólo en el amor o en los conflictos tomamos verdadera conciencia de que los otros tienen sobre todo alma, como nosotros la tenemos para nosotros mismos… Nunca conseguí verme desde fuera. No hay espejos que nos muestren a nosotros mismos como afueras, no hay espejo que nos saque de nosotros mismos. Se necesita otra alma, otra colocación del mirar y del pensar». Bella manera de tomar conciencia de esa connaturalidad que nos es propia y para precisar de otro a la hora de captar nuestra propia identidad. No me cansaré, queridos amigos, de repetiros y encareceros la provechosa costumbre de mirarnos en el espejo de la mirada ajena. Y siempre de manera amorosa para así aprender, enseñar y gozar… ¡que no es poco!
Por Manuel Álvarez Romero, Director Centro Médico Psicosomático de Sevilla
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