Algunos lectores me han pedido que amplíe mi opinión sobre un tema por el que pasé de forma ligera y apresurada, prometiendo, más tarde, entrar un poco más a fondo. Me refiero a los matrimonios que se rompen al poco tiempo.
Aventurar este tipo de opiniones resulta difícil porque no es prudente generalizar. Ni todos los matrimonios que han tenido ocho meses de relaciones fracasan, ni los que las han mantenido a lo largo de seis años, resultan redondos. No hay enfermedades sino enfermos.
Si tomamos la imagen de lo que supone una enfermedad, en este caso, bastante común, quizá resulte algo esclarecedor. De ahí elegir como titular: «Anemias en el matrimonio».
Como es bien sabido, la anemia es una enfermedad que consiste en un empobrecimiento de la sangre. Dentro de las distintas clases, la más frecuente es la ferropénica producida por la escasez de hierro. Son esos estados en los que solemos comentar que tal o cual persona «esta débil»
Por lo general, este tipo de dolencias, aparece cuando ha habido una escasez muy notable de alimentos, esa comida ha sido extremadamente carencial, o si existen hemorragias importantes que conllevan disminuir el caudal de sangre.
Que el lector perdone este largo preámbulo más propio de un manual de medicina, del que me voy a servir para hacerme entender.
Ser fuertes también en el matrimonio
Hay muchas parejas que van al matrimonio con múltiples carencias. Aunque parezcan muy lustrosos «vestidos de guapos», en muchas ocasiones, la endeblez de su vida anterior ha convertido a cada uno de ellos en un personaje frágil, quebradizo, e inconsistente. Con tan escasas fuerzas es muy peliagudo encarar su nuevo proyecto vital.
Aquí me quería detener un momento para echarles un capote a estas pobres criaturas.
¿Por qué les falta «hierro» y temple hasta enfermar de anemia? Entre otras razones, porque sus padres desde que eran pequeños les pusieron las cosas fáciles y procuraron evitarles el mínimo entrenamiento para el esfuerzo. ¿Cómo iban a estar fuertes si la única preocupación era que estuvieran «gorditos y horondos» a base de que comieran lo que les apetecía? ¿Cuántas veces les hemos propiciado la ley del mínimo esfuerzo; o predispuesto a sacar el bien más cómodo con el mínimo trabajo? ¿Les hemos enseñado a adquirir compromisos y mantenerlos? En definitiva, ¿les hemos educado para ser libres? ¡Libres y responsables! Paradójicamente la gran permisividad del ambiente ha devorado las ansias de libertad del ser humano. Estamos sacando hijos de plastilina. No es extraño que a la menor dificultad… ¡salgan corriendo! Inmediatamente intentan volver a su cómoda guarida en la que vivieron, encontrándose con el chasco de no la vuelven a encontrar, porque las partes necrosadas del corazón no se pueden restañar.
Que nadie me tache de aguafiestas. ¿Qué piensan ustedes que dirían esos jovencitos que tiran a la basura sus compromisos al tercer día, si les leyera las palabras de un hombre tan poco sospechoso de retrogrado u oscurantista como Nietzsche? En uno de sus escritos afirma que el «hombre es el único animal capaz de hacer promesas». Esto hay que aprenderlo desde muy pronto. Ese chico que hoy nos presiona para ir a tal o cual sitio y mañana abandona su primer interés porque le ha surgido algo más apetecible, desconoce las más elementales ideas sobre que: las palabras que se dan, se cumplen.
Para tener la sangre bien pertrechada de hierro se necesitan alimentos constantes. De lo contrario esa debilidad y esa baja de «defensas» emerge ante la primera infección, y no me negaran ustedes que los virus que aletean a nuestro alrededor por millares, son de una voracidad frenética y su contagio es inmediato. Si todos lo hacen, ¿por qué no voy a hacerlo yo? Carecen de anticuerpos para enfrentarse a la mínima epidemia.
Urge darnos cuenta de que desde antes de tener el uso de razón estamos educando a ese hij@ para luchar en la vida. Entre todas las singladuras que le va a tocar recorrer aquella en la que se juega la felicidad es el matrimonio.
Aventura apasionante pero donde ocurre de todo. Como dice un amigo mío, en el matrimonio unas veces se navega a vela y otras a remo. En cuanto amaina el viento de la ilusión superficial y dulzona hay que tirar del remo, hasta que salgan callos en las manos. Es un esfuerzo que exige mucha oxigenación en los músculos a los que ha de llegar una sangre con el nivel de hierro suficiente.
Y si, como padres, se nos «ha pasado el arroz», ¿qué hacer? Intentar recuperar como los estudiantes que lo dejan todo para el día del examen. Al menos saber que se han producido esas carencias y procurar «apuntalar» a los hijos cuando se tambalean, aplicándoles copiosas transfusiones en lugar de decirles que «pobrecitos que mala suerte han tenido». Es el momento de hablarles claro y decirles que nada sale adelante sin esfuerzo y sin sacrificio. Sí. Dolor, sacrificio, que también lo soportan en la vida en los ámbitos más variados y no se lo pueden arrancar de encima. ¿O es que en otros aspectos de nuestra existencia -como el trabajo o la fatiga- todo es navegar a la vela?
En cuanto a los sufrientes jóvenes matrimonios que se vean en estas circunstancias -y por los que mantengo una comprensión sin límites- habrá que pedirles que se fajen con la situación. Debidamente convencidos de que su enfermedad es recuperable, que no echen la culpa a nadie, acepten que están anémicos y pongan los remedios adecuados. Quizá alguno de ellos sea comer hígado casi crudo, que es un tema que me repugna, o dejarse poner alguna trasfusión de sangre limpia y libre de virus o bacterias. Su endeblez es superable, hay que acompañarla por trabajar los músculos hasta que sean capaces de remar. Así llegarán a alta mar, donde a pesar de la fatiga respirarán un aire de libertad, como jamás acarició su rostro.
Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales