La educación no necesita que la reformen, sino que la transformen. En las últimas dos décadas los planes de estudio de nuestro país han sido reformados en diversas ocasiones, desde educación primaria a bachillerato.
Estos cambios curriculares no han contribuido positivamente a la obtención de buenos resultados. Todos los estudios, desde Eurostat hasta el Informe PISA, ponen de manifiesto las grandes carencias de la educación española. Resulta evidente que la educación en España no necesita otra reforma, sino una auténtica transformación. Urge, por tanto, cambiar de paradigma y de metodología en las aulas.
Más allá de las buenas notas
La educación finlandesa puede ser una excelente fuente de inspiración para acometer esta transformación. Finlandia tiene el mejor sistema educativo del mundo. En él no se fomenta que la acción del alumno esté encaminada a superar al compañero o a ser más brillante que otro estudiante en un área concreta. Por el contrario, su método de enseñanza pretende fortalecer la estabilidad emocional, la seguridad en uno mismo y, en consecuencia, el autoconocimiento. Una manera de conseguirlo es favorecer que el mismo profesor acompañe al alumno durante los seis años que dura la educación primaria e imparta todas las asignaturas. De esta forma se aporta continuidad y estabilidad al alumno y se contribuye a que, en este período tan importante para la formación de la persona, tenga cerca a alguien que lo conoce, lo comprende y sabe qué nuevos retos está preparado para afrontar.
El sistema educativo de países como Finlandia advierte de que el objetivo no es que el alumno supere el curso con buenas calificaciones, sino que esa persona crezca en todos los sentidos.
No obstante, en muchos casos el sistema educativo tradicional se ha quedado anclado en los más deshumanizados ideales de la era industrial: productividad y competitividad. Esta imagen fría, lógica y racionalista de la formación humana ha conducido a tópicos tan ampliamente aceptados como aquel que sentencia que es muy improbable que las personas trabajen en aquello que les apasiona. Este pensamiento elimina la creatividad, que es la condición de posibilidad para una vida lograda. No se entiende aquí creatividad en su sentido coloquial (es decir, referido a la creación artística o a la invención de objetos extraordinarios) sino como el modo de conducir la propia vida hacia su plenitud.
¿Quieres a tu hijo por lo que es o por lo que te gustaría que fuera? Una de las cosas que más presión ejerce sobre los hijos en su etapa estudiantil son las expectativas de los padres respecto a su futuro, bien porque desean que alcancen objetivos que ellos no consiguieron, bien porque desean al que según sus propias categorías sería el hijo perfecto. Este tipo de padres han elaborado una imagen ficticia de quién es su hijo y qué se debe hacer para llegar al resultado deseado. Esta supuesta práctica educativa, aunque realizada con buena intención, es nefasta para la identidad del niño por dos cuestiones básicas: por un lado, el hijo se siente obligado a responder ante las perspectivas de sus padres para satisfacer sus deseos y, por otro, experimenta una carencia emocional al comprobar que sus padres no le quieren, ni le aceptan tal y como es.
A esta desviación pedagógica se añade otro vicio también muy común entre los adultos: repetir acríticamente patrones aprehendidos en la infancia. Educamos tal y como hemos sido educados por nuestros padres, abuelos y maestros sin someter a juicio lo recibido. Una práctica muy extendida es la conocida como castigo-recompensa: según el estado de ánimo del padre/madre el hijo recibirá una cosa u otra casi independientemente de su comportamiento. Este forma de mal educar favorece personalidades débiles y dependientes (en su sentido negativo) que buscan continuamente la aprobación o el reconocimiento en los demás para sentirse aceptados.
Estas experiencias lejos de contribuir a afianzar la identidad del niño, la desdibujan por completo, dando lugar a inseguridades que más adelante tendrán su reflejo en el ámbito escolar, laboral y sentimental. Además, este método de aprendizaje acaba inhabilitando a los padres en su faceta de educadores y los convierte en policías. Estos padres proyectan su manera de ver el mundo sobre sus hijos en lugar de acompañarles en el descubrimiento de su propia vida, en un verdadero ejercicio que les permite crecer en libertad y conformar su propia personalidad. Se trata, en definitiva, de ayudar al hijo a descubrir quién es.
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