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¡Hay que jugársela…!

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En mayo entramos en época de bodas y hasta septiembre las parejas buscan fechas para ponerse a tono con los meses más luminosos del calendario, situando su boda en el mejor tiempo. Ya no hay fechas disponibles en muchas iglesias ni en la mayoría de los restaurantes. Se dan años que nuestro calendario de compromisos se llena a tope con ceremonias de amigos.

Me sigue causando una gran ilusión asistir a una boda. Revivo, de alguna manera, la mía ya lejana y no oculto que me dan ganas de levantar los dedos en señal de victoria con cierto orgullo: «¡Aquí estamos igual que el primer día!». Igual pero distinto, todo hay que decirlo, porque no olvido que han caído muchas lluvias y pedriscos a lo largo de los años sobre el itinerario que hemos recorrido. Esto es así, y el que lo niegue está en Babia, pero lo importante es que aquí estamos.

Todo a una carta

Desde hace algún tiempo, en medio de este ambiente de regocijo, me invade cierta zozobra, me inquieto al ver a la pareja exultante de emoción en aquellos momentos y me pregunto: ¿antes de llegar aquí se habrán dado cuenta que han hecho la apuesta mayor de su vida? ¿Serán conscientes de que se están jugando todo a una carta? Sin esta convicción firme toda la parafernalia es humo.


No se trata de un requisito más, para ver cómo pueden construir una convivencia dichosa. La irreversibilidad es la auténtica garantía de felicidad y la más básica en el proyecto que acaban de iniciar.


Vamos a no marear la perdiz, que diría un castizo, ni a sacar a relucir las estadísticas de matrimonios rotos y la inmensa variedad de circunstancias por las que se han ido a pique. La lista podría ser tan inmensa, como innumerables van a ser los momentos en los que se verán envueltos en una borrasca, que les puede marear y hacer perder el sentido de la orientación. Sería inaudito y torpe intentar prever cada episodio y buscarle un remedio. El devenir no está en nuestras manos. La panacea solo es una: poner toda la carne en el asador y no volver la vista atrás.

No hace mucho, unos amigos que se casaban me decían que habían recibido un consejo de una persona sabia y experimentada. Cuando volváis del viaje de novios poner el acta de matrimonio el último altillo del último armario de la última habitación. Dejadlo ahí y no manosearlo, ni aceptéis en vuestra imaginación con que aquel papel tiene «muchas lecturas»: la imaginación juega muy malas pasadas.

Me vino a la cabeza un párrafo de Julián Marías escrito después de su boda: «Siempre he creído que la vida no vale la pena mas que cuando se la pone a una carta, sin restricciones, sin reservas; son innumerables las personas, especialmente en nuestro tiempo, que no lo hacen por miedo a la vida, que no se atreven a ser felices porque temen a lo irrevocable, porque saben que si lo hacen, se exponen a ser infelices». No hemos inventado hoy la pólvora. Estas palabras escritas hace más de medio siglo tienen permanente actualidad. El hombre se ha dejado engañar siempre por lo fácil, olvidando que la experiencia demuestra que la felicidad está cuesta arriba. Lo fácil es pan para hoy y hambre para mañana, como dice el refranero.

Recién casados

Foto: THINKSTOCK 

Sin darnos mucha cuenta, nos encanta vivir en la provisionalidad, en el no «comprometerse del todo», en no tomar decisiones «sin vuelta de hoja». Preferimos pensar que «en tanto y cuanto»…
Estos son los mismos que piensan que «si las cosas no van bien, nos separamos y tan amigos»… Con esas premisas se va al abismo de cabeza. No es que se va al hoyo, es que se empieza por la sima. Así lo explicaba ardientemente un escritor conocido: «Un amor condicionado es un amor putrefacto. Un amor ‘a ver cómo funciona’ es un brutal engaño entre dos. Un amor sin condiciones puede fracasar, pero un amor con condiciones no solo es que nazca fracasado, es que no llega a nacer«. Con frecuencia se escucha decir que «eso es lo más civilizado». No. Y mil veces no. Lo más civilizado es cumplir los compromisos. Si no es posible fiarse de nadie, ni en las cosas más serias la vida, es insufrible, angustiosa y muy triste.

La otra coartada es pensar que «yo soy así hoy pero no sé cómo seré mañana, ni cómo será el otro en el futuro». ¡Qué gracia! Estos suelen ser los mismos que pagan un pastón para enrolarse en deportes de riesgo, de los que en no pocas ocasiones hay que ir a rescatarlos con un altísimo coste que pagamos entre todos. Perdón por la comparación.

Lo curioso es que a fuerza de relativizarlo todo, hemos llegado a fomentar personalidades de plastilina, que aunque simulen arrogancia y audacia, en el fondo son débiles y chorrean inseguridad porque nada tienen firme donde poderse agarrar.

Volvamos a la boda. Aunque en el ritual que allí se celebra se lo pregunten con palabras muy precisas e inequívocas, en presencia de todos, antes de ir a reservar el día y el banquete hay que preguntarse en serio: ¿Estamos dispuestos a jugarnos la vida a una carta? Es la prueba del nueve de su calidad de personas y de edificar sobre tierra firme.

Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales

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