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Basta de comidillas

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La agudeza del lector ya ha advertido que el título no se refiere a ese simpático juego con el que tanto se divertían las niñas pequeñas con sus cocinitas. Tengo la impresión de que, poco a poco, es un entretenimiento que se ha quedado obsoleto. Es lástima. Conozco a alguna de aquellas criaturas que luego llegaron a cursar una Ingeniería de Caminos, con uno de los primeros números de la promoción.

No voy a hablar de este amable entretenimiento -del que mucho se podría comentar-, sino de ese «deporte nacional» al que hombres y mujeres «talluditos» dedican gran parte de sus conversaciones, de una manera especial en las vacaciones de verano, donde encuentran la holgura necesaria para alargar indefinidamente sus tertulias. No pienso en las «revistas del corazón», sino a aquellas historias -con letra chica- que cada uno colecciona de matrimonios cercanos, y que no suelen tener suficiente artificio para merecer «los honores» de una página de hueco grabado.

Ante el morbo, sensatez

Cuántas «comidillas». Más de una vez me he preguntado de dónde partía esa atención desmesurada hacia acontecimientos desagradables, que nuestro idioma, según la RAE, califica como «morbo». El vocablo me resulta un tanto duro y precisamente por ello he intentado encontrarle una explicación más suave y comprensiva. Me ha inclinado a ello observar que, en muchas ocasiones, participan en estas conversaciones personas correctas y sensatas cuando se abordan otras cuestiones. Desde luego, mucho más comprensivas con otras limitaciones humanas.

La escena de una vieja película del Oeste me ha servido para elaborar una teoría. En uno de los planos se recoge el cruce de disparos de revólver, de uno al otro extremo del «salón». Cuando más viva era la refriega, el protagonista anima al amigo que tiene a su lado: «No te preocupes, la bala que silba ya no te da». Conclusión exacta donde las haya. En los tiempos que corren, es como si el continuo silbido de los proyectiles fuera el mejor antídoto para liberarse de la congoja, ante la posibilidad de que su matrimonio pueda ser alcanzado por un proyectil. Quizá se tenga la peregrina idea de que, a base de conocer episodios penosos, con todos sus detalles y pormenores, se inocula una vacuna válida frente a cualquier tipo de virus. No, eso no es así.


El morbo es una costumbre malsana que puede llegar a acarrear hasta una tendencia enfermiza


No en balde hay bastantes enfermedades del cuerpo que llevan este antetítulo genérico. En la práctica esta adicción, deja muy pastosas las neuronas cerebrales. ¿Acaso no hay otras aventuras matrimoniales mucho más sugerentes y estimulantes? ¿No estimularía nuestra imaginación detener la mirada ante matrimonios que se han propuesto quererse y lo logran?

Acabo de terminar de leer un libro donde se recoge una buena colección. Se titula «21 matrimonios que hicieron historia»y su autor es Gerardo Castillo. Es una galería soleada y saludable, donde hombres y mujeres del más variado talante, trenzan historias de amor donde no faltan las dificultades y los obstáculos. El denominador común que les une un amor con tal fuerza, que en sí mismo es un generador de felicidad. Allí se describe cómo se puede superar la barrera de la edad o la dureza de la enfermedad; como pueden unir los hijos hasta llegar al final; por qué la sintonía en el trabajo, se convierte en eje de la convivencia; cómo dos seres tan diferentes pueden llegar a ser «dos en uno».

Pareja hablando en secreto

Foto: THINKSTOCK 

Es un repaso a la historia desde Plutarco, hasta un músico como Johann Sebantian Bach o un Canciller de Inglaterra, Tomás Moro. Por sus páginas desfilan reyes como Nicolás II de Rusia, Victoria de Inglaterra o Carlos de Austria; hasta científicos como Pierre Curie, o humanistas como Maritain y André Maurois, sin que falten otros más cercanos como Antonio Machado, Tolkien, y escritores españoles como Juan Ramón o Delibes. Puedo asegurar que reencontrarse con estas parejas de enamorados significa respirar aire fresco y confirmarse en la seguridad de que el amor es algo posible, al alcance de todas las fortunas y capaz de superar todos los embates. No son novelas rosa, porque en muchos casos sobre ellos se cierne un tragedia, incomparablemente mayor a cualquier folletín barato. ¿Personajes a imitar? De ninguna manera. Cada matrimonio formado por dos personas con caras diferentes, constituye un cuadro irreproducible. Sin embargo, ahí, sí. Ahí hay referencias que describen, con carne y hueso, lo que supone un verdadero amor. Ahí se encuentran las «armas» para defender cada compromiso, sin tener miedo a las «balas que silban», porque los dos están siempre al mismo lado del parapeto y no tienen que luchar contra nadie. Excepto contra ellos mismos.

Quizá, después de leer el libro, la luz de nuestra retina nos va a llevar a encontrar a gentes a nuestro lado que viven un amor semejante. Eso resulta doblemente estimulante. Los hay. Conozco muchos, muchos más de los que se podría suponer, que merecerían estar dentro de 50 años en un libro como el que acabo de comentar. ¡Bastante que les importa a ellos aparecer en letra impresa!… Lo hacen porque piensan que deben hacerlo, porque han entendido que en la lucha por logarlo existe un dividendo de felicidad que no cambiarían por nada del mundo. Son personas que, en la lucha diaria, han llegado a tener una sensibilidad especial para percibir lo invisible.

Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales

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