La vieja imagen, tantas veces utilizada, de que la gota que cae sobre la piedra llega a perforarla, tiene aplicación en todos los ámbitos, desde la publicidad hasta la política o la arqueología, pero en las relaciones humanas llega a convertirse en una enfermedad crónica.
La consecuencia, al igual que con las piedras, es que el efecto es más destructor cuando el agua cae constantemente sobre el mismo punto. Este es exactamente el efecto que se produce en el matrimonio.
Tengo la impresión de que al analizar las rupturas conyugales caemos siempre en las mismas causas, que en muchas ocasiones son aparentes o son el resultado de un problema que se está produciendo en otro lugar. Ofrecemos así una imagen simplista y llena de tópicos, hasta el punto de ver todas las desgracias como algo irremediable, imposible de conjurar, porque el fenómeno que se describe como causante está al alcance de todas las fortunas.
No son teorías para rellenar páginas de una revista. Ayer tuve que llamar al fontanero porque el parquet de mi habitación se había levantado en una zona de forma alarmante y las huellas de humedad no dejaban lugar a duda de la causa. Había una ruptura. El operario, buen profesional, levantó el suelo en el mismo lugar en el que era evidente la fuga del agua. Primera sorpresa, las tuberías de la calefacción estaban perfectas en ese subsuelo. Esperamos un día para comprobarlo, pero el tiempo que estuvo descubierto no sirvió para otra cosa que para confirmarlo. Era evidente que la avería se encontraba en otro lugar, que la fuga era pequeña, pero que había que encontrarla. La habitación lindante era la cocina, pero por el medio había un armario perfectamente forrado. El fontanero insistió en buscar en la cocina y allí encontró un escape en el enganche de un grifo, por el que ininterrumpidamente goteaba. El agua iba al suelo y debajo de él se filtraba y pasaba a la otra habitación, donde inequívocamente aparecía.
El origen del conflicto
Mucho me ha hecho pensar el episodio, por la similitud con determinados problemas de nuestra vida en los que nos obcecamos por buscar el origen donde no se encuentra. El corazón humano es tan complejo y a la vez «simplón», en otras ocasiones, que buscamos la solución fácil. Si repasamos en las estadísticas o en cualquier bibliografía sobre el tema, aparecerán los lugares comunes: los matrimonios se rompen por incompatibilidad de caracteres, rutina y cansancio, polarización en el trabajo, infidelidad patente, etc. Leía el otro día que «las almas de cada persona son tan diferentes como sus caras» y, a pesar de ello, damos por resuelto el tema definiendo la enfermedad con un par de etiquetas de productos al uso.
Efectivamente, los motivos de las rupturas pueden ser tan aparentes como los que aparecen en la estadística, pero «¿dónde está el origen?», se encontrará en el cuarto de al lado y se habrá filtrado de forma sutil, hasta que ha hecho saltar las tablas del suelo y nos hemos tropezado con ellas.
Ante un conflicto conyugal hay que buscar el origen y no fiarse de las apariencias, ni de los síntomas más superficiales. Por ejemplo, ante el tan socorrido motivo de la «disparidad de caracteres» es posible abrir la «lata» y encontrarse con un cajón de sastre donde uno y otro tienen motivos sobrantes, por el mero hecho de ser personas diferentes y ninguno de ellos ha puesto en juego el mínimo esfuerzo para limar asperezas. Hemos encontrado el letrero adecuado para mostrar a los demás las razones de nuestro conflicto,…y ¡se ha terminado!
Podríamos traer multitud de motivos que, puestos unos encima de otros, se hacen insoportables para cualquiera. ¿Hay quien aguante a una persona que todo lo ve oscuro y se complace todos los días en recibirnos con una lluvia de desgracias propias o ajenas? Es evidente que si el otro cónyuge retrasa su llegada al hogar para quedarse tomando una copa con las compañeras/os de trabajo, será recibido con mala cara, pero prefiere retrasar lo más posible su llegada a un lugar donde sólo hay penas.
No quiero recurrir al consabido y manoseado tema del cónyuge que empieza a enamorarse del compañero/a porque se presenta siempre correctamente vestido, ve solución a todos los temas, sonríe con frecuencia, alaga la vanidad del otro y celebra sus «gracietas» por muy insulsas que sean.
Liquidar el asunto calificándolo para uno y para otro como una «golfería» es una vulgaridad más, de las muchas que nos aquejan.
En este tema, como en otros tantos, resulta imprescindible profundizar, ir a la raíz de las cosas, para poner el remedio allí donde está la enfermedad, si de verdad se quiere poner remedio a las cosas.
En cualquier caso, es imprescindible verlas venir, andar con los ojos abiertos, que no significa desconfiar de nadie, sino ser muy consciente de que el ser humano es bastante quebradizo, puede estar rezumando agua por donde menos lo pensemos y descubrir al final que la fuga estaba en la habitación de al lado.
Antonio Vázquez. Orientador familiar.Especialista en el área de relaciones conyugales