Educar en el valor del esfuerzo a los niños es más fácil a través de la motivación. De hecho, no hay esfuerzo, si no hay motivo. Sin una meta, sin un objetivo… no existe el movimiento. Será de la motivación de donde surja la disposición para el esfuerzo y para hacer bien el trabajo que corresponda en cada situación.
Detrás de las actividades que acometemos siempre hay una motivación que actúa como el motor que nos va a permitir realizar el esfuerzo necesario para alcanzar las metas. Por tanto, sin motivación es imposible que alguien luche por una meta. Así, es básico que conozcamos, apliquemos y generemos las motivaciones que impulsan a nuestros hijos, para lo cual tendremos que conocerlos y escucharlos, entrenándoles en la capacidad de motivarse a sí mismos.
Claves para motivar en el esfuerzo a los niños
1. La motivación parte del deseo. Esperar a que los problemas los solucione la suerte es una respuesta pasiva que no implica apenas esfuerzo y éste no existe cuando se tiene todo lo que se desea, cuando antes de abrir la boca la necesidad ya está cubierta.
2. Las recompensas externas. Cuando los niños son pequeños las motivaciones vendrán dadas por las recompensas externas, la valoración social y la atracción de la actividad asociada al juego (motivación extrínseca). Poco a poco, empezarán a desarrollar motivaciones relacionadas con la experiencia del orgullo que sigue al éxito conseguido y al placer que conlleva la realización de la tarea en sí misma (motivación intrínseca).
3. La motivación intrínseca es aquella que permite hacer algo porque se está interesado directamente en hacerlo y no por otra razón. Contamos con algunos recursos para desarrollar la motivación intrínseca: desde el campo intelectual: curiosidad y desafío; y desde el emocional: el placer y autoconocimiento.
4. La exigencia es generadora de una gran motivación y ésta a su vez conduce a los niños a implicarse y a esforzarse con mayor intensidad en sus tareas cuando son portadoras de sentido. La simple imposición de una exigencia y el miedo a las eventuales consecuencias negativas de su incumplimiento no conducen, en la mayoría de los casos, a una mayor motivación por la realización de las tareas y los aprendizajes, ni incrementan la disposición de la persona a esforzarse.
5. Las metas y objetivos finales. Todos nos esforzamos en la realización de una tarea o actividad cuando entendemos sus propósitos y finalidades, cuando nos parece atractiva, cuando sentimos que responde a nuestras necesidades e intereses, cuando podemos participar activamente en su planificación y desarrollo, cuando nos vemos competentes para abordarla, cuando nos sentimos cognitiva y afectivamente implicados y comprometidos en su desarrollo, cuando podemos atribuirle un sentido. Y, con los niños pasa exactamente lo mismo.
6. La fuerza de voluntad es fundamental para desarrollar el valor del esfuerzo. Además, debemos formar en nuestros hijos una férrea voluntad y el medio más efectivo para desarrollar la fuerza de voluntad es el trabajo, pero el trabajo bien hecho. Una persona que desde pequeña se acostumbra a trabajar esforzadamente, no se dejará llevar por la ley del capricho y el antojo.
7. El trabajo bien hecho requiere esfuerzo. Para ello, debemos exigir realizar sus actividades con perfección. Que terminen bien lo que empiezan, y no se acostumbren a hacerlo de cualquier manera, o a dejar sus tareas a medio hacer. En conclusión: la obra bien hecha, el trabajo bien acabado, es un fundamento seguro para educar una voluntad fuerte. Para que el trabajo cumpla su función educativa ha de ser realizado con la mayor perfección de que es capaz la persona en cada momento.
Consejos para motivar a los niños en el valor del esfuerzo
1. El ejemplo por parte de los adultos tiene una gran importancia, especialmente el de los padres.
2. Los niños necesitan motivos valiosos por los que valga la pena esforzarse y contrariar sus propios gustos cuando sea necesario.
3. Hay que presentar el esfuerzo como algo positivo y necesario para conseguir la meta propuesta: lo natural es esforzarse, la vida es lucha.
4. Es necesaria cierta exigencia por parte de los padres que, con los años, se transformará en auto-exigencia.
5. Se deben plantear metas a corto plazo, concretas, diarias, que podamos controlar fácilmente: ponerse a estudiar a hora fija, dejar la ropa doblada por la noche, acabar lo que se comienza, etc.
Las tareas que propongamos a los hijos han de suponer cierto esfuerzo, adaptado a las posibilidades de cada uno. Y no olvidemos que deben ganarse lo que quieren conseguir.
6. Las tareas deben tener una dificultad graduada y progresiva, de menos a más, según vayan madurando. Conseguir metas difíciles por sí mismos, gracias al propio esfuerzo, les hace sentirse útiles, contentos y seguros.
7. El fracaso puede ser más eficaz que el éxito, en ciertas ocasiones, en la búsqueda de una voluntad fuerte y valoración del trabajo bien hecho.
8. Para aspirar a hacer las cosas bien, nuestros hijos deben tener afán de superación. Para ello deben intentar realizar sus actividades cotidianas cada día un poco mejor y comprobar cómo lo que requiere un mayor esfuerzo es lo que hace que nos sintamos más orgullosos de nosotros mismos, mientras que a aquello que no nos cuesta, apenas le damos valor. Por ejemplo, podemos animarles a no conformarse con dejar la cama hecha antes de ir al colegio, sino bien hecha y con el dormitorio ordenado.
Fátima Calzado
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