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Cuesta arriba

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En medio de tan oscuros augurios como nos pronostican desde todas las esquinas los agudos visionarios del futuro, dan ganas de ponerse llorar y no dejarlo. ¡Estoy harto!

No es que haga caso a tan desmesurada avalancha de calamidades, pues me las suelo tomar a beneficio de inventario; es que a veces las consecuencias de tan negros presagios desquician a la gente hasta el borde del paroxismo. No exagero ni una gota. A veces dan lugar a catástrofes.

Todavía recordamos la atrocidad perpetrada sobre 27 niños en una escuela de Newtown a los que un loco quitó la vida. Días después escuché a psiquiatras y psicólogos intentando explicar lo inaudito. Una de las versiones me dejó particularmente impactado. Parece que ese pobre descerebrado, había sido inducido por una madre que le había metido en la cabeza que se aproximaba un caos social provocado por el hundimiento estrepitoso de la economía, por el que había que abastecerse de víveres y combustible además de las armas necesarias para defenderse ante la invasión de los vecinos, convertidos en monstruos invasores que pretendían devorarlos por hambre. Una punta de paranoia que tuviera el chico, un contagio obsesivo de la madre, un arsenal de armas como para invadir Irak y un dedo pulsando un gatillo, hicieron el resto. ¿Dónde está el origen: ese germen que inoculado en una persona la convierte en un monstruo? No parece estar muy lejos de un bombardeo de las meninges por negros presagios, hasta destruirlas. Dicho crudamente: si se carece de resortes personales para hacer frente a una supuesta situación apocalíptica de emergencia, la solución hay que buscarla en la pólvora.

Cuesta arriba

Foto: THINKSTOCK 

De ninguna manera me quiero aproximar, ni desde lejos, a retratar con una espeluznante foto fija el devenir de los acontecimientos. Millones y millones de personas soportan mayores calamidades encajándolas en su macuto, pero me detengo en dos cosas: la carencia del menor juicio crítico para desechar los pronósticos de desgracias que se nos predican a todas horas y el «miedo«,  llevado hasta la locura, a que «me quiten lo que tengo«.

Frente a esos espantajos, todos conocemos a nuestro alrededor a hombres y mujeres que luchan en la vida con una admirable gallardía y, a la vez, saben salir en busca de ayuda con un pariente o un amigo que le hace más llevadero el temporal, sin sentirse abatidos o humillados.

Cuando puse el título a este artículo tenía en la cabeza escribir sobre algo tan reiterativo -ya se lo escuchaba a mi abuela- calificado como «la cuesta de enero». Es una vieja tradición muy bien conservada. Tampoco he de ocultar que cuando alguien se quejaba, aquella viejecita esbozaba una sonrisa para comentar que «para las subidicas quiero a mi burro, que las bajadicas yo me las subo».    

Afrontar juntos las dificultades

Sin duda, durante el año llegará más de un mal rato, de esos que nos anuncian los «profetas de desgracias» y alguno que sin duda no esperamos. Estaremos ante la oportunidad de mostrar que lo somos. Por una parte el marido y la mujer sabiendo buscar las soluciones en mutuo acuerdo, aunque se parta de ópticas distintas. Que ceda el que más «correa tenga», pero es mejor ir juntos en una decisión que no se ve del todo clara, que mantener dos frentes abiertos. En cuanto a los hijos, que se enteren y que participen en la medida de sus posibilidades, que siempre existen.

Otro asunto ha de quedar claro. Aunque la «cuesta de enero» se ha referido siempre al tema económico, el dinero no está en la cúspide de la pirámide: no es lo primero sino lo segundo, como alguien ha comentado. Esos temas se resuelven antes o después. La prueba más evidente está en la presente crisis. Resulta muy difícil resolverla porque el asunto económico es la espuma del problema. Le invito a cualquiera a analizar a fondo las reyertas más o menos vividas u observadas en la familia y comprobarán que no es el dinero el causante último.


Es el irrefrenable deseo de tener, de poder, de manejar, de sobresalir, de darse satisfacciones.


El dinero es neutro. No es ni bueno ni malo, sino el modo de utilizarlo. Sin duda, es preciso tener un mínimo nivel de subsistencia, pero atravesamos un  panorama en el que nos aparece muy a las claras lo relativo que es ese nivel.

Es posible que el lector encuentre estas líneas un tanto deslavazadas, donde he punteado muchos temas. A mí también me lo parece, pero trataba de dejarles a ustedes inquietos, tanto como yo lo estoy, de que las cosas no son lo que parecen, en contra de lo que decía Pirandello

Antonio Vázquez. Orientador familiar.Especialista en el área de relaciones conyugales

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