Con frecuencia nos encontramos en situaciones en la que nuestro hijo se merece una buena reprimenda, pero ¿es esto siempre la mejor opción?¿hasta dónde puede llegar un castigo y cuándo debemos emplearlo? El castigo, como tal, no es el mejor modo de educar, puesto que, a través de él, se puede lograr enseñar que es lo que no nos gusta que hagan, pero no aprenden qué deben hacer.
De esta manera, los niños no llegan a interiorizar el modo en el que deben comportarse, sino el modo que deben evitar comportarse. Por si fuera poco, si el castigo ocupa una parte importante en nuestro modo de educar al niño y si recurrimos a él con frecuencia para atajar cualquier problema, corremos el riesgo de que el pequeño pueda llegar a comportarse como le pedimos por miedo al castigo; por lo que éste le puede repercutir, pero no porque realmente esté concienciado ni haya interiorizado la importancia de hacer las cosas bien. Por este motivo, y para evitar las consecuencias negativas de los castigos, es importante conocer bien cuáles son los 10 errores típicos de los padres con los castigos.
¿Cómo castigar a los niños?
El castigo debe ser siempre una consecuencia de sus actos. No debe entenderse como algo por lo que tienen que pagar por no hacer las cosas bien y cuanto más les afecte o les duela mejor… Sino que deben entender que el haber hecho las cosas de ese modo determinado tiene unas consecuencias y esas consecuencias se deben asumir y acatar, y si hubieran hecho las cosas de otro modo las consecuencias hubieran sido otras. Por lo tanto, el castigo llegará hasta donde lleguen las propias consecuencias.
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Pero no hay que pensar que cuanto mayor sea el castigo, más va a aprender; porque los niños pueden llegar a pensar que los padres utilizan el castigo como venganza a un mal comportamiento que les molesta. Esto puede ser realmente peligroso y no educativo precisamente, ni eficaz de cara a que aprendan lo que deben o no hacer.
10 errores típicos al castigar a los niños
1. Utilizar el castigo de manera constante. Uno de los errores principales que se suele cometer es el utilizarlo de manera constante todos los días. Esto implica que se pierda su eficacia y que no tenga el efecto que podría tener sobre el niño.
2. Imponer castigos desproporcionados. Esto lleva a que no se pueda cumplir y, por tanto, no sirva para nada. Si no se cumple, el niño no lo tomará en serio en las próximas ocasiones. Para evitar esto, es bueno pensarlo antes de llevarlo a cabo: es preferible que sea un castigo menor pero que se pueda cumplir. No sólo no tiene efecto el castigo cuando no se cumple, sino que además perdemos autoridad ante los hijos.
3. Poner castigos no correlativos al nivel de la acción. Esto significa que se debe poner una consecuencia a la acción realizada, y no recurrir a castigar a nuestro hijo por otra vía (quitándole un juguete, prohibiéndole un actividad…) sabiendo que le va a afectar más porque le gusta y le dolerá más que se lo quitemos. Es decir, si un niño no estudia, no se le debe castigar con quitar la clase de kárate que tanto le gusta, porque por mucho que no vaya a kárate no va a estudiar más ni aprobar. Si no estudia deberá estudiar.
Esta forma de castigar es frecuente, pero esto implica que para trabajar e introducir un buen comportamiento o hábito eliminamos o arriesgamos otro que ya está adquirido. No debemos quitarle de lo bueno que tiene para que aprenda algo nuevo. Por ejemplo, castigarle sin leer el cuento que más le fascina cuando éste es un buen hábito puede que no sea la mejor idea.
4. No avisar los castigos. Los castigos deben ser avisados, y los niños deben saber qué consecuencias puede haber si deciden hacer algo contrario a los que les pedimos. Muchas veces realizan algo mal y se les castiga sin saber lo que podía suceder. Con esto, podemos lograr que antes de actuar piensen lo que van a hacer, dejando la opción de que puedan elegir bien y no sea necesario ningún castigo. En caso que no hagan una buena elección deben saber, de modo responsable, lo que ello implica y llevar a cabo dicha consecuencia.
5. No utilizar el castigo como herramienta educativa. Más que pensar cuándo se debe castigar a un niño, debemos pensar que si éste, a pesar de estar constantemente reforzado de modo positivo para que aprenda el modo que debe comportarse, no se comporta adecuadamente; ese comportamiento tendrá unas consecuencias que el niño debe saber, y sobre todo asumir. Es en ese momento cuando se podrá utilizar el castigo como una herramienta educativa, pero no como la única herramienta a utilizar por parte de los padres.
6. Perder la serenidad. Es importante mantener la calma. Cuando nos encontramos ante la situación de que nuestros hijos nos ha montado un buen lío o nos ha desobedecido, lo primero que debemos procurar es tener mucha serenidad: no perder los papeles por el enfado que nos han podido ocasionar, porque podemos llegar a actuar de manera desproporcionada, no meditada y además, nada positiva para la educación del niño. Estar enfadado, serio o decepcionado ante un mal comportamiento de un niño es totalmente razonable, pero perder los papeles gritando, poniendo castigos desproporcionados y que no se puedan cumplir… es realmente antieducativo.
7. Dejar que no cumplan los castigos. Si el castigo (siempre proporcional), se queda en palabras, estaremos perdiendo autoridad. A la hora de marcar esas consecuencias, es decir, de decidir el castigo, es importante pararse a pensar para que sea proporcional al nivel de la acción y asumible. Una vez que se transmite el castigo, la labor principal para finalizar sería asegurarnos que realmente nuestros hijos lo cumplen.
8. Buscar un castigo que le fastidie. Cuando castiguemos a nuestro hijo, procuremos ceñirnos a las consecuencias de su mal comportamiento, no busquemos hacerle el mayor daño posible para que «se fastidie».
9. No poner castigos puntuales. El castigo debe ser una herramienta más para educar, de la que podemos echar mano de modo puntual, pero sin que sea algo habitual y sabiendo hacer un buen uso de él. Si el castigo se utiliza de modo habitual, llegará, además, a perder su eficacia como tal.
10. No avisar antes de castigar. Siempre debemos avisar al niño de las consecuencias que puede tener un mal comportamiento para que aprenda a discernir entre lo bueno y lo malo y no se lleve una «sorpresa» si actúa mal, lo que sería injusto para él.
Es preferible que el estilo educativo, a nivel general, sea de refuerzo positivo: hacerles ver a nuestros hijos la importancia de hacer las cosas bien, porqué es bueno para ellos, porqué a nosotros -como padres suyos que somos y que queremos lo mejor para ellos- nos gusta ese modo de hacer las cosas. Valorar cada vez que hacen las cosas bien para que vean que ese modo hacer las cosas es bueno para ellos y, en consecuencia, nosotros estamos contentos por este motivo y orgullosos de ellos.
Conchita Requero
Asesora: María Campo. Directora Centros Educativos Kimba
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