Encasillar o etiquetar a nuestro hijo según un determinado comportamiento puede dar lugar a que el niño termine asumiendo esa forma de ser porque termina creyendo que es lo que esperamos de él, algo que puede ser muy nocivo de cara a su educación si sólo le hacemos ver aspectos negativos de su personalidad. Esto es lo que se conoce como efecto Pigmalion.
Evita etiquetar a tus hijos: el error del efecto Pigmalion
Seguramente reconozcamos que muchas veces hemos calificado a nuestro hijo de una manera negativa y le hacemos ver que es así, que no nos gusta en ese aspecto y no esperamos que cambie.
Con comentarios como «qué desordenado eres, es que no hace nada bien», «anda, mejor ya lo hago yo que tu eres un torpe» o «ya podrías aprender de tu hermano, que es más listo y trabajador que tú»… sólo demostramos poca confianza en nuestro hijo y le dinamitamos la autoestima, un efecto que provoca que el niño no quiera cambiar porque considera que él es así y no puede hacer nada… lo que termina por conseguir que el pequeño se comporte tal y como no queremos. Esta es la más desagradable de las consecuencias del llamado «efecto Pigmalión», un error educativo en el que por desagracia caen muchos padres y profesores.
Aspectos positivos y negativos del efecto Pigmalion
El efecto Pigmalión se define como «el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otra afectan de tal manera en su conducta que la segunda tiende a confirmarlas. Del mismo modo que el miedo tiende a provocar que se produzca lo que se teme, la confianza en uno mismo, o contagiada por un tercero, puede ayudar a alcanzar la meta deseada».
El comportamiento de un adulto se ve alterado en gran medida según las creencias que los demás tengan sobre nosotros: la falta de confianza de nuestro entorno nos puede llevar a no afrontar retos por miedo al fracaso, y por el contrario, si hay confianza y empuje entre quienes nos rodean, nos veremos con capacidad de lanzarnos a donde haga falta. Son muchas las veces que actuamos por cumplir las expectativas que se esperan de nosotros, más que por nosotros mismos.
Los niños tampoco se libran de este efecto, por eso la posición y el buen tacto de sus padres es fundamental para que tengan un buen desarrollo de su propia personalidad y carácter. Como hemos visto, el efecto Pigmalión puede ser positivo y negativo.
– El efecto Pigmalion es positivo cuando provocamos un efecto bueno en nuestro hijo, animándole a afrontar una tarea para él complicada porque confiamos en él, reforzando una imagen segura y con la autoestima alta. También implica animarle ante los fracasos para que vuelva a intentarlo o enseñarle a asumir las consecuencias negativas de una acción que le ha salido mal, aunque el niño haya tratado de hacerlo bien.
– El efecto Pigmalion es negativo cuando destruimos la autoestima del niño a través de comentarios y descalificaciones. Cuando sacamos a relucir sus defectos y los destacamos como si fueran los rasgos que mejor le definen: que si es un vago, un quejica, torpe, que si es tonto por no sacar buenas notas, etc.
Un lastre para la motivación en el colegio
El efecto Pigmalión no sólo afecta en el ámbito del hogar al niño, sino que también puede extenderse a la escuela y lo que es peor, un mal concepto de sí mismo puede acompañarle durante el resto de su vida, impidiéndole desarrollar todas sus capacidades.
En el colegio, el profesor puede caer en el error de tratar a sus alumnos de manera distinta según su forma de ser y mostrar favoritismo hacia los que más destaquen, en detrimento de los de menor rendimiento o peores notas. La motivación de los alumnos menos «deslumbrantes» puede entonces caer en picado si ven que no son capaces de sacar adelante determinadas asignaturas y no cuentan con el apoyo del profesor.
Los estudios realizados en torno al efecto Pigmalión en las aulas demuestran que al final, los alumnos terminan respondiendo en función de las expectativas que se tienen sobre ellos. El más conocido de estos estudios es el que realizó Rosenthal: dio a los profesores de una escuela una lista de alumnos y les comentó que tenían una capacidad superior a la de los demás, cuando lo cierto es que ese número de alumnos había sido elegido al azar.
Sin embargo, la sorpresa vino cuando este grupo realizó un mayor avance intelectual que el resto. Puesto que los profesores esperaban mejores resultados que los demás, se volcaron más con ellos, lo que unido a una creciente autoestima en los alumnos señalados como brillantes trajo como fruto el que estuvieran a la altura de las expectativas, por lo que la «profecía» de Rosenthal se había cumplido. Efectivamente, ahora sí destacaban por encima de los demás en cuanto a calificaciones escolares.
Estos hechos demuestran que, tanto padres y profesores, han de ser conscientes de que unas expectativas constructivas en hijos y alumnado darán frutos positivos, evitando que un bajo concepto en uno mismo se convierta en el peor lastre para los niños.
Evita echarle en cara sus defectos para que cambie
Por otra parte, muchos padres creen que echándole en cara a su hijo sus defectos y aspectos negativos que no les gustan, lograrán que el niño «espabile» y haga algo por cambiar su comportamiento y contentar a sus padres. Pero la gran mayoría de las veces no es así, y esto sume al pequeño en una gran tristeza, por no saber qué hacer para ser mejor y sentir que sus padres no le quieren por ser así.
Un niño es alguien que todavía está formándose a todos los niveles, tanto físico como psicológico, y no se nos puede pasar que en esta etapa es muy vulnerable a los juicios ajenos, sobre todo los emitidos por los padres. Nuestras expectativas sobre él irán configurando su comportamiento y personalidad, por lo que debemos ser cautos y no emitir calificaciones hirientes.
Los padres hemos de saber ser empáticos con nuestro hijo y no poner unas metas inalcanzables para él o reducir nuestro cariño a la obtención de una serie de objetivos, como por ejemplo, sacar buenas notas en el colegio. Es algo que puede provocarle frustración y el sentimiento de que tiene que hacer méritos para conseguir que sus padres le quieran. Por lo tanto, los padres tenemos que esforzarnos por aportar seguridad y confianza al niño, además de fomentar una autoestima fuerte y sana. Es la mejor manera de que el comportamiento de nuestro hijo se vea reforzado positivamente y de grandes frutos.
Favorece su autoestima
La mejor manera de que nuestro hijo cumpla con los objetivos que le proponemos es motivándole y mostrándole nuestra confianza. Regañarle por sus errores o torpezas y mostrarnos disgustados por su forma de ser sólo le creará inseguridad y le llevará a ser incapaz de afrontar muchos de los retos que la vida le planteará. Por eso, para reforzar su autoestima, podemos seguir los siguientes pasos:
– Debe ser consciente del amor incondicional de sus padres. El cariño de los padres no es algo que deba ganarse con méritos y buen comportamiento, sino que siempre lo tendrá, incluso cuando ha hecho alguna travesura y se ha llevado una reprimenda.
– Pon metas alcanzables al niño. Ordenar el cuarto, ayudar en las tareas de casa… son algunos objetivos que puede cumplir y con los que puede ver que es capaz de lograr todo lo que se le pide.
– Feliciítale por el trabajo bien hecho y sus buenas acciones. Los elogios siempre serán bienvenidos y reforzarán la seguridad en sí mismo. Pero procuremos no pasarnos y caer en alabanzas desmedidas.
– Habla positivamente de tu hijo ante otras personas, cuando él esté presente. Esto le hará ver lo orgullosos que están sus padres de él y le animará tener un buen comportamiento, además de afianzar la confianza que tiene en nosotros.
– Permite que cometa errores. Así aprenderá a asumir el fracaso y a volver a intentarlo, además de aprender a hacer las cosas de otra manera. Por otra parte, admitamos nuestros errores cuando los cometamos, de esta manera el niño verá que errar es algo que nos puede pasar a todos, y que es una lección valiosa para aprender.
Conchita Requero
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