Es normal que a los niños les guste mandar: «¡Jugamos a las mamás porque lo digo yo!». Pero debemos evitar una serie de actitudes para que un comportamiento propio de esta edad no se convierta en una característica de su carácter, ya que más adelante el autoritarismo de los niños mandones les puede convertir en pequeños tiranos.
Por el propio carácter del niño o la posición que ocupa dentro de su familia, hay niños que a la hora de relacionarse con pequeños de su edad suelen ser los que deciden a qué se juega y qué papel desempeña cada uno en la diversión. «Jugamos a profesores, la maestra soy yo. Tú estás en clase y haces lo que yo diga». Ante esta actitud es normal que los amigos se acaben cansando y decidan distraerse de otra manera evitando a un amigo tan mandón.
El autoritarismo del niño líder o del dictador
Si tenemos un pequeño dictador en casa, aunque en un primer momento nos pueda parecer gracioso, debemos tomar cuanto antes cartas en el asunto para evitar que esta actitud se convierta en un problema. Es muy diferente ser un líder una persona autoritaria. Al primero se le sigue naturalmente al reconocerle como el «jefe» del grupo; en la etapa de educación infantil cuando juegan en el patio se ve claramente el niño más organizador, con ideas para jugar a mil cosas, pero con un carácter alegre que anima al resto de amiguitos a seguirlo sin imponer sus caprichos.
Por el contrario, el «dictador» se identifica más bien con el abusón, con el niño o la niña que quiere imponer su voluntad a toda costa, sin tener en cuenta los sentimientos de los otros pequeños, si están contentos o si se ponen a llorar porque no quieren hacer lo él dice.
Cómo corregirles desde el primer momento
El autoritarismo de los niños puede ser resultado de padres muy permisivos que no ponen límites; o también se puede deber a una reacción temporal por una situación de tensión, es decir, una manera de aumentar el control sobre su ansiedad. En estos casos, los padres debemos hablar con nuestro hijo para que entienda que a los otros niños también les gusta tomar decisiones y él debe pensar en lo que les gusta a sus amigos, no sólo en lo que le apetece hacer a él.
Es lógico que al principio un pequeño mandón nos resulte cómico y nos riamos cuando el niño adopta esta actitud más propia de los adultos. Pero no somos conscientes que, mirándole y riéndonos, lo que fomentamos es que cada vez mande más y a más gente, es decir, que aprenda y generalice este comportamiento. ¿Por qué? Precisamente porque estamos prestándole atención y así potenciamos la actividad que está realizando en aquel preciso momento. Por otro lado, tendremos que examinarnos para ver si únicamente prestamos caso a nuestro hijo cuando da órdenes y no lo hacemos cuando juega tranquilamente y comparte los juguetes con los demás, o cuando nos pide algo de forma correcta. Con esta actitud todavía tendremos más probabilidades de que el niño se convierta en un pequeño mandón.
Premios y castigos ante los niños mandones
Ante un pequeño mandón lo más aconsejable es ponerle límites y no dejarle que se los salte por ninguna causa. Debemos hacerle entender que le queremos, pero que no nos gusta su comportamiento. Los castigos deben ser adecuados a su edad, al igual que los premios cuando el pequeño rectifica un mal comportamiento. De lo que se trata es de poner metas alcanzables para conseguir que sea un niño que escuche, respete y acepte la voluntad y la opinión de los demás.
Lo que nunca hay que perder de vista es que nuestros hijos tienen que crecer con límites por su bien.
Padres sobreprotectores o intolerantes
Además de la falta de límites, otra causa que genera niños mandones es el excesivo proteccionismo de los padres, cuyo único objetivo es que su hijo no sufra nunca y para ello le dan todo lo que pide, aunque no sea conveniente. Otras veces son niños carentes de afecto y comprensión por parte de su familia; esta situación les frustra de tal manera que, para sobrellevar su problema, necesitan imponerse a compañeros y amigos, por muy pequeños que sean.
Muchas veces los niños también crecen viendo las actitudes intolerantes de sus padres. Hay que hablar con los niños sin emitir juicios de valor y sin sembrar odios que incentiven la discriminación. Es bueno recordar que el niño empieza a decir no, a reclamar su nivel de autonomía, a los dos años, o incluso antes. Entonces la pelea con el adulto es casi un juego, pero los padres debemos saber controlar esas rabietas de los hijos. Hay que ignorarlas. Si les haces caso, el tirano evoluciona y esperará -incluso de adulto- que el resto de la gente le haga caso, igual que se lo hicieron sus padres.
María Lucea
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