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La autoestima infantil, técnicas para potenciarla

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Las personas con una buena autoestima muestran sentimientos y actitudes positivas hacia sí mismos y hacia los demás. Es más fácil que sean personas sonrientes, acogedoras, optimistas, así como capaces de llevar a cabo ilusiones y proyectos. Una persona con autoestima está segura de sí misma, pero no avasalla y, normalmente, a los demás les gustaría parecerse a ella.

Pero no se trata de engañarse acerca de la propia valía: una cosa es la autoestima y otra la soberbia, el creerse más y mejor que los demás. La autoestima se construye a través de un proceso de asimilación e interiorización desde el nacimiento, pero puede modificarse a lo largo de toda la vida. Se genera por la imagen que los demás nos dan de nosotros mismos y por el valor que demos a esta imagen. Durante la infancia y adolescencia, la autoestima crea una marca profunda en nosotros, porque es cuando nos encontramos más vulnerables y flexibles.

Como dice Alfonso Aguiló, en su libro Educar los sentimientos, publicado por Editorial Palabra, «una autoestima alta lleva a pensar sólo en uno mismo, a valorarse en más de lo que uno vale, a ser egoísta y engreído, et., es evidente que eso sería malo. En este sentido, podría decirse que tanto la baja autoestima como la excesivamente alta son destructivas para la personalidad y psicológicamente insanas».

¿Cómo estimular la autoestima infantil?

Cada niño es único, por lo que para construir una buena autoestima en vuestro hijo debéis considerar factores como su temperamento, sus habilidades, debilidades, mecanismos de defensa, deseos y su nivel cognitivo. Además, te damos otras ideas prácticas:

1. Incentiva el desarrollo de las responsabilidades del niño. De una manera positiva, crea algunos compromisos y exige, en un clima de participación e interacción, su cumplimiento por su parte.
Pedir su participación, dando la oportunidad al niño para tomar decisiones y resolver algún problema.
Refuerza con sentido positivo las buenas conductas del niño. Por ejemplo, cuando haga los deberes, o recoja sus juguetes, o se cambie de ropa solo, dile con cariño y de forma efusiva: «¡Qué mayor eres!, ¡Gracias por ayudarme!, ¡Lo has hecho muy bien!».

2. Marca los límites, enseñándole a prever las consecuencias de su conducta. Ejemplo: «Si no recoges tus juguetes, no irás al jardín». Y que no haya vuelta atrás.

3. Enseña a tu hijo a resolver sus propios problemas y a aprender de sus errores de una forma positiva. Por ejemplo, si el niño no alcanza una buena nota en una asignatura, anímale a estudiar más y a prepararse para superarse en el próximo examen. El niño debe sentir que un error puede convertirse en un aprendizaje y, consecuentemente, podrá arreglarlo si pone más esfuerzo.

4. Deja de lado las críticas destructivas, ya que las palabras negativas  no favorecen la autoestima del niño. En lugar de decir: «Eres un desordenado, tienes tu cuarto hecho un desastre», mejor decir «No me gusta ver tu cuarto tan desordenado, me pone muy triste, no es propio de ti». Así, estarás demostrando que lo que a ti te disgusta es el desorden del cuarto, no el niño.

5. Dedica a tu hijo un tiempo especial para disfrutar juntos, no para dar lecciones ni para repasar su comportamiento de los últimos días. Se trata de ir a un sitio que le guste y pasar un rato juntos, hablando de las cosas que él quiera. El trato personal y frecuente es generador de confianza.
Enseñar a convertir las quejas y críticas en sugerencias y peticiones. Los niños «quejosos» suelen tener una imagen negativa de sí mismos y son muy autocríticos. Si aprenden a pedir y sugerir, reducirán la tensión interior.

6. Escucharle sin juzgarle continuamente. Escuchar con el corazón, con sincero interés, sin estar aconsejando o comentando lo que dice continuamente. Evitar los interrogatorios.

7. Descubrir la excelencia. Apoyarse en los puntos fuertes. Descubrir e informar de las cualidades especiales: «¡Pintas genial!». Apoyarse en sus puntos fuertes -el deseo de agradarnos, su buena disposición para colaborar, etc.- para conseguir que quiera mejorar en algún aspecto concreto.

8. Premiar más que castigar. A veces, es necesario castigar a los hijos por transgredir ciertas normas o reglas. Pero también, en justicia, deberíamos reconocer sus buenas actuaciones, que siempre son más numerosas. No se trata de premiar con algo material, lo que desvirtuaría los logros del buen comportamiento, sino de agradecer y reconocer lo bien hecho.

9. Exigencia proporcionada. A lo que sabe y puede hacer. De modo que, con esfuerzo, y a veces con ayuda, se pueda realizar bien. No conviene pedirle tareas o responsabilidades complicadas sin explicarle bien qué debe hacer y qué se espera de él/ella.

Marisol Nuevo Espín
Asesoramiento: Alfonso Aguiló, autor del libro Educar los sentimientos, de Editorial Palabra.
Pincha aquí y consigue el primer capítulo como muestra del libro. 

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