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Equilibrio entre premios y castigos a los niños

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Premiar a nuestros hijos es bueno para aumentar su autoestima o como recompensa a un esfuerzo concreto, pero no como método educativo para lograr que un niño funcione y menos como chantaje por parte de los padres o de los propios hijos. Además, siempre debe existir un equilibrio entre premios y castigos a los niños.

Para educar no existen recetas que bien aplicadas sirvan por igual a todas las familias y a cualquier hijo. Precisamente la riqueza de la educación es la que da esa impronta que nos diferencia del resto y nos hace «originales». Para esto, debemos conocer bien a cada hijo y el momento que atraviesa para aplicar adecuadamente el qué hacer, cómo hacerlo y cuándo; y, por supuesto, para saber si procede premiarle por algo o si es mejor no imponerle un castigo en ciertas circunstancias.

El subconsciente en el equilibrio entre premios y castigos

Es importante saber qué papel juega el subconsciente en el equilibrio entre premios y castigos para aprender a corregir y discernir cuándo debemos premiar o castigar, aplicando siempre el sentido común según cómo sea cada niño. El subconsciente actúa con mayor fuerza en el área de lo sensible en función de sus sentimientos de agrado o desagrado. Por esta razón, el subconsciente es muy sensible y es atraído por el cariño, la alegría y el bienestar, y rehúye el miedo, la tristeza, el dolor y el odio.



1. Cuando un niño hace una buena acción y recibe cariño, tanto el consciente como el subconsciente le animan a repetir la buena acción para poder recibir más cariño. En ambos casos, consciente y subconsciente actúan en el mismo sentido y tienden a repetir la buena acción. Recordemos que el subconsciente es muy sensible a los estímulos de cariño.

2. Cuando un niño hace una mala acción y se le regaña, el subconsciente recibe algo desagradable y por esta razón ayudará a no repetir la mala acción, motivando al niño a corregirse. En este caso, el subconsciente juega a favor de nuestros deseos.

3. Si el niño hace una mala acción y con «cariño» se le corrige, el consciente escucha la advertencia y tiende a corregirse, es decir, el consciente juega a favor de nuestros deseos. Al contrario que el subconsciente que, al ser sensible a las muestras de cariño, tenderá a repetir el acto, en este caso malo, para recibir más cariño. El subconsciente no ha valorado lo bueno o lo malo de su propia acción, pero sí que ha recibido muestras de cariño, por lo tanto, ha jugado en contra de nuestros deseos.

En conclusión, lo más recomendable en el caso de una mala acción es razonarle al niño para formarle la conciencia, pero sin muchas expresiones de cariño. El consciente jugará a nuestro favor, no habrá rechazo y el subconsciente no actuará, ya que no ha recibido estímulos sensibles. Además, toda mala acción debe conllevar un castigo para ir, poco a poco, haciéndoles responsables de sus actos. En este sentido, es muy diferente mantener un castigo que mantener un enfado; debemos perdonar cuanto antes a los hijos para no fomentar el rencor, pero no quitar los castigos porque de lo contrario animaremos al niño a repetir la mala acción.

Frente al castigo, es más efectivo educar en positivo

Cualquiera de nosotros ha podido comprobar cómo las personas que nos rodean, sea en el trabajo o en casa, siempre responden mejor a los estímulos positivos que cuando pedimos algo de malas maneras o estamos siempre con una actitud negativa. En este mismo sentido y como afirma Fernando Corominas, «la educación de hoy se diferencia de la tradicional, fundamentalmente, en la capacidad de educar en positivo». Y lo haremos de tal manera si:
–   Reconocemos las acciones bien hechas.
–   Nos apoyamos en el subconsciente de los hijos.
–   Les motivamos para que actúen bien, porque quieren.
–   Tenemos presente que debemos prevenir.
–   Formamos su conciencia y logramos que los hijos estén alegres y contentos.
–   Logramos que vean la alegría que produce hacer un acto bueno.
–   Potenciamos sus puntos fuertes.
–   Nos esforzamos en dar buen ejemplo.
–   Tenemos un proyecto educativo para cada hijo.
–   Fomentamos su autoestima.

Por tanto, debemos recordar que tenemos que educar a los hijos para que se porten bien porque ellos quieren, sin necesidad de premios ni castigos, ni amenazas, ni* «porque lo digo yo». Esto no es sencillo, pero en la medida que lo consigamos los hijos estarán adquiriendo buenos hábitos y éstos se trasformarán en virtudes que les acompañarán toda su vida.

María Lucea

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