Cuando se llega a cierta edad, es común que en las familias coincida la revolución hormonal de la madre con la de los hijos adolescentes. Buscar soluciones a este cóctel hormonal es fundamental para el adolescente y la relación con su madre, si no queremos que el «mix» sea explosivo y salten chispas que puedan alterar la buena comunicación y la armonía familiar.
«Tenemos varios hijos. Los dos pequeños están en plena adolescencia. No sabemos qué nos ocurre, pero no conseguimos que en casa haya buen ambiente. Con nuestros hijos mayores no nos resultó tan difícil convivir durante esos años. ¿Qué nos puede estar pasando?».
Cada vez son más frecuentes los matrimonios que acuden a consulta en busca de orientación a cerca de los problemas de convivencia con sus hijos adolescentes. Les desconciertan sus propias reacciones, sobre todo, a las madres. No entienden cómo han sabido «torear a los mayores y con los pequeños no pueden». Hay un dato interesante para tener en cuenta: los hijos menores suelen llegar a la edad del pavo cuando sus madres rondan la década de los 50 años.
Es una edad difícil, tanto para el hijo como para la madre. Se produce una revolución hormonal familiar que puede alterar en el adolescente la relación con su madre.
El desarrollo hormonal de los adolescentes
El adolescente está en pleno desarrollo hormonal; no reconoce su cuerpo. Le crecen las manos y la nariz de forma desproporcionada, su destreza corporal se convierte en torpeza, sus modales de niño cariñoso que se acerca a sus padres agradecido y admirado, se convierten en malas contestaciones. Se vuelven mudos, se aíslan, la música suena a tope por la casa, se esconden para hablar por teléfono y en la comidas miran al plato como si el resto de la familia no existiese. Se suelen enamorar y piensan que nadie les va a entender. ¡Cuando sonríen dan ganas de sacar unas velas y celebrarlo! La sensación que producen es que todos les sobran y les molestan, pero no es así.
Los cambios de la premenopausia
La madre, de la que se suele hablar menos -dada la lata que dan los hijos-, no está pasando precisamente la mejor época de su vida. Las hormonas también están haciendo en ella que se produzcan grandes cambios, a los que hay que atender con sentido común, avances médicos y un poco de paciencia.
La pre-menopausia son los diez años que preceden a la retirada total de la menstruación. El ovario deja de producir estrógenos y progesterona. Comienza el envejecimiento:
1. La piel se arruga.
2. Pueden empezar los cambios de humor fruto de la escasez hormonal.
3. Los inesperados «sofocos» que llevan a toda la familia al asombro, ante la necesidad de la madre por abrir ventanas.
4. El dolor de huesos por la descalcificación.
5. Por si esto era poco:¡la disminución casi completa del deseo sexual! para asombro de los maridos.
6. Es fácil ganar unos cuantos kilos, comiendo lo mismo, que también llevan a no reconocerse y no gustarse con ese «nuevo look».
Este combinado entre la revolución hormonal de la madre y la del hijo al mismo tiempo nos debe llevar a buscar soluciones, si no queremos que el «mix» sea explosivo.
Es prudente acudir al ginecólogo por si fuese conveniente una terapia hormonal sustitutoria o la ingesta de soja por contener estrógenos. Es imprescindible aumentar el ejercicio físico, porque retrasa la descalcificación ósea y es saludable intentar encontrar el modo de hacer algo agradable cada día.
Comentar con los hermanos mayores las situaciones desconcertantes ayuda a desdramatizar. Ellos se recuerdan a sí mismos «de ese extraño modo» y ya se ríen. El hijo nos necesita equilibrados y contentos. A él le cuesta. Tanto una como la otra son crisis de maduración que suponen crecimiento.
Mónica de Aysa. Terapeuta familiar