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La gran enseñanza del mal profesor

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Ni todos los padres somos magníficos siempre, ni estamos constantemente equivocándonos; al igual que ni todo profesional por ejercer de profesor atina siempre, ni es un «señor» que ha cogido manía a nuestro hijo y no sabe ayudarle. Teniendo claro estas premisas, podemos sacarle mucho partido al hecho de tener durante un curso a un ‘mal profesor’ al frente del aula de alguno de nuestros hijos.

Si partimos de la premisa de que también como padres nos equivocamos en las decisiones que tomamos sobre nuestros hijos, a pesar de poner todo el amor del mundo, podremos empatizar con los profesores y profesoras de nuestros hijos y comprender que, aun poniendo «toda la carne en el asador», pueden pasar por un «annus horribilis» y no encajar con sus pupilos. Si nos enfrentamos al hecho objetivo de que contamos con un «mal profesor», debemos sacarle todo el provecho posible y quizá el día de mañana nuestros hijos recojan una gran enseñanza del mismo: que en la vida tendremos buenos y malos jefes, y que debemos aprender cuanto antes a sobrellevarlo, con el convencimiento de que si lo aprovechamos bien sacaremos más cuestiones positivas que negativas.

¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos ante esta situación? Explicándoles que, ante un mal profesor -o un mal jefe- podemos, o amargarnos la vida y compadecernos de nuestra mala suerte, o aprovechar la situación para limar nuestro carácter. Así, os propongo que les animéis a que ganen en:

Paciencia: soportando lo que para él/ella son una «sarta de injusticias». ¿Quién dijo que la vida era justa? Cuanto antes lo aprendan, más felices serán.

Humildad: nunca vamos sobrados de ella, por lo que callar de vez en cuando ante juicios equivocados sobre nosotros es un modo muy práctico de mejorar el carácter.

Tesón: deben comprender que con constancia y mucho esfuerzo seremos capaces de demostrar a ese profesor que encerramos un tesoro que merece la pena descubrir.

Caridad: qué buen momento para enseñar a los hijos a «morderse la lengua» y no criticar a sus profesores, aunque estén convencidos de tener el 100% de razón. Debemos enseñarles la importancia de salvaguardar la fama de aquellos que nos rodean ¡tan poco de moda hoy!

Seguridad en sí mismos: pues cuando uno conoce el valor que tiene por sí mismo, el valor para sus padres y hermanos, el valor que tiene como persona independientemente de las opiniones de los demás, podrá enfrentarse con mayor fuerza a las vicisitudes de la vida. ¿Quién no conoce a compañeros de trabajo que necesitan que sus jefes les digan constantemente que son maravillosos para sentirse felices?

Fortaleza: es vital que nuestros hijos «lo pasen mal» para que crezcan sanos. Parece de mal padres esta afirmación, pero todo lo contrario. Si los sobreprotegemos, estaremos educando personas infelices al no ser capaces de desenvolverse de manera autónoma con sus vidas.

Podría seguir y seguir sobre «la gran enseñanza del mal profesor», pero con estas pinceladas ya podemos atisbar por dónde van los tiros. No nos quejemos, ni dejemos que lo hagan nuestros hijos; no critiquemos, si queremos que ellos no lo hagan; hablemos bien de todos y educaremos hijos felices, porque sabrán que no son el centro del universo y que los problemas existen en todas la etapas de la vida, lo importante, saber llevarlos con garbo.

Un hecho demostrado: son muchísimos más los buenos profesores y profesoras, que los malos, por tanto, quizá nunca os enfrentéis a este dilema.

COACH DE LA FAMILIA – El blog de la revista Hacer Familia

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