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«El hijo chicle»

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Es curioso como a cada situación nueva, que se nos quiere mostrar como algo que ocurre con frecuencia, tendemos a clasificarla con un epígrafe tipo: «el niño sándwich», «el síndrome de Peter Pan», «la generación cangrejo», etc. Por esta razón, hoy voy a hablarles de un concepto que -si nadie me dice lo contrario- he creado y bautizado como: «El hermano o el hijo chicle«.

Podrían pensar ustedes que es algo peyorativo, por referirme al hijo pegajoso y molestón, pero se equivocarían, ya que representa todo lo contrario. «El hijo chicle» es esa figura imprescindible en toda familia, aquel quien por su carácter conciliador y magnanimidad de espíritu se consolida como el miembro que, como un «chicle», une al resto de los hermanos; con un suave «masticar» propio de su forma de hacer, sabe apaciguar riñas y conflictos, encuentra el lado positivo de todas las cosas, siempre está dispuesto a hacer un favor, o es al que de manera natural le sale un piropo de su boca para cualquiera de sus hermanos.

Y puede que no sea el más estudioso, el más hablador o el deportista de la casa, pero el «hijo chicle» es vital para mantener unida a la familia. No necesita ser el centro de atención de los padres y se caracteriza por ese gesto amable que no parece desaparecer nunca de su rostro.

Se preguntarán si tengo algún motivo especial para hablarles hoy de este nuevo tipo de «hijo chicle» y sí, una razón muy poderosa me impulsa a ello: en ocasiones -y más en esta época de final de curso con exámenes y notas sobrevolando sobre nuestras cabezas-, parece que los árboles no nos dejan ver el bosque, y ante los problemas de estudio de algunos de nuestros hijos e hijas, sentimos que el mundo se desmorona bajo nuestros pies; nos embarga un sentimiento de fracaso por no haber conseguido que demuestren en un boletín de notas que son magníficos.

Es entonces cuando debemos hacer un esfuerzo -muchas veces, ¡un gran esfuerzo!- por separar las facetas que configuran la educación integral de nuestros hijos y recalcar con más fuerza esas virtudes que hacen tan especial a ese hijo concreto. Debemos dar gracias si tenemos entre nosotros un «hijo chicle», que se consolidará en un futuro como la bisagra de unión entre sus hermanos, cuando nosotros ya no estemos para hacerlo.

La vida es larga, todos hemos visto cómo grandes lumbreras de la época escolar más tarde han fracasado en la escuela de la vida, y como niños que destacaron por su amable carácter y no tanto por sus calificaciones, han triunfado. Hoy tan sólo quiero aportar este soplo de esperanza y haceros sentir muy orgullosos como padres si contáis con un «hijo chicle», aunque tengáis que batallar con más fuerza en el tema de los estudios.

COACH DE LA FAMILIA – El blog de la revista Hacer Familia

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