27 Febrero, 2013
Escuchaba a dos madres hablar sobre sus hijos -ya adolescentes y jóvenes- y una sorprendida exclamaba: » ¡Pero tus hijos ¿te lo cuentan todo?!». A lo que la otra respondió: «Todo, todo, supongo que no pero hemos favorecido desde bien pequeños un clima de confianza y ahora disfrutamos de sus frutos».
Ganarse la confianza de los hijos no es una cuestión de hoy para mañana, requiere planificación, tiempo, empatía, descender a su nivel y estar dispuestos a que nos engañen.
Planificación porque debemos buscarlo desde la más tierna infancia, crear «esa necesidad» de compartir lo suyo y lo nuestro.
Tiempo porque si no estamos ¿cómo pretendemos ayudarles cuando nos necesiten? Las oportunidades surgen y no esperan a que vengamos de una reunión o nos pase un dolor de cabeza. Hay que estar y esto supone muchas renuncias.
Empatía para ponernos en su lugar, no pensar que somos mejores aunque sí contamos con más experiencia con la que aconsejar, para acompañar, para hablar y para callar cuando sea preciso; para no juzgar y para abrazar cuando lo necesiten.
Descender a su nivel, ya que en ocasiones olvidamos cómo éramos a su edad y les ponemos el listón tan alto que se frustran al ver que nunca lograrán contentarnos.
Y, estar dispuestos a que nos engañen. Sí, aunque esto parezca una contradicción. Es peor castigo el ser conscientes de que libremente nos pueden engañar, que les pillemos en una mentira y les impongamos un castigo limitado en el tiempo. Me explico: hay que trasmitir a los hijos que confiamos plenamente en ellos y que en su libertad está engañarnos y en su conciencia vivir con ello, porque nosotros no vamos a dejar de fiarnos de su palabra. Esta gestión de su libertad pesa más sobre su responsabilidad como persona que un castigo, por ejemplo, cuando les decimos «el sábado no sales por mentirme». ¿Y? Pasado el sábado qué. Cuando lo necesiten volverán a mentir y a cumplir su castigo, pero no asumirán «el pesar» -porque no olvidemos que nos quieren- de llevar la carga de saber «que libremente escojo mentir a mis padres que tanto confían en mí».
Esto no es una teoría de padres «ilusos» que viven en «la luna de Valencia». Son experiencias demostradas en familias donde se ha comprobado que existe confianza de padres a hijos y de hijos a padres, que crecen más seguros y que maduran antes.
Esto no significa que no estemos al tanto de la vida de nuestros hijos, que sepamos quiénes son su amigos y cuáles debemos fomentar o cuáles procurar que se enfríe su relación.
Lo que supone es que debemos trasmitir a nuestros hijos que nosotros, su padre y su madre, siempre estaremos ahí para lo que necesiten, pase lo que pase, cuando le fallen los amigos, sin juzgarles y tan sólo si ellos nos lo piden, porque los amores no se imponen, se ofrecen y los toma quien libremente lo decide lo demás, son tonterías.