MADRID, 15 Octubre
No cabe dudar de la seriedad de la crisis económica, social y política en la que se encuentra inmersa España.
Es con toda probabilidad la peor crisis de este tipo vivida aquí en más de medio siglo, cuya gravedad no radica tanto en los niveles de vida vigentes en el país -por el momento bastante altos en términos relativos-, sino en la pérdida de ilusión y confianza que tiene la gente en sus gobernantes y en el futuro ante una espiral negativa aparentemente sin fin.
Ante esta situación no deja de sorprender la relativa falta de signos de desintegración social que se puede observar y el mantenimiento de cierta apariencia de bienestar. Ello se debe sin duda al papel que desempeñan en la sociedad el sistema de pensiones, el seguro de desempleo, la economía sumergida y la familia. De ellos, los primeros dos pueden estar ya en la senda de futuros recortes. El tercero, de largo abolengo, reporta beneficios únicamente a la parte de la población que participa en ella y sus costes para la sociedad pueden superar ampliamente a sus beneficios.
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