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La educación como arte

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A punto de jubilarse, aquella maestra tenía motivos suficientes para sentirse angustiada. Era la hora del recreo y, desde el patio, el griterío le llegaba amortiguado por la distancia.

En su último día de clase, de repente se dio cuenta del paso del tiempo. Sintió nostalgia viendo a los niños correr tras el ventanal y percibió, una vez más, la renovación de la vida en pasillos y aulas.

Se estremeció ligeramente. Ella era la única que había envejecido sobre una tarima de madera. Cada nuevo curso un poco más y ahora, al cumplir los sesenta, recordaba su primera clase, los nervios y las dudas. Los nombres, incluso, de los pequeños. Eran otros tiempos aquellos, de proyectos y sueños por estrenar.

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