26 Julio
Catherine Venusto, una mujer de 45 años, entró ilegalmente en el sistema informático del colegio en el que estudian sus hijos y alteró sus calificaciones.
Venusto fue secretaria durante tres años de la oficina administrativa de un colegio del distrito de Northwestern Lehigh, en New Tripoli, Pensilvania (EE.UU.). Conocedora de los sistemas con los que operaban, aprovechó la posibilidad de acceso para cambiar las notas de sus hijos. Cuando fue detenida, aseguró ser consciente de que lo realizado era poco ético, pero no tener ni idea «de que era ilegal».
El dinero fácil
Venusto ha sido acusada de seis delitos, que podrían suponerle una condena de hasta 42 años de cárcel. Pero más allá de la sentencia, se ha ganado la reprobación de un país, que entiende su acción no sólo como contraria a la ley, sino también contraria al sentido común. ¿Cómo se va a educar correctamente a un hijo si se le enseña que haciendo trampas se obtienen mejores resultados que con el esfuerzo?
Sin embargo, quizá las críticas no sean las más acertadas porque, como señala Antonio Labanda, psicólogo educativo y director técnico de EOS, estamos viviendo en una sociedad que promueve los mismos defectos que critica. «Desde muchos medios de comunicación, y en especial los televisivos, se aboga por el dinero fácil, por la falta de educación y por conseguir las cosas sin esfuerzo». Con ese telón de fondo, no es extraño que este tipo de conductas se vean como pequeños atajos sin importancia, que además, afirma Labanda «han sido comunes en una sociedad que en los últimos años ha conseguido las cosas más fácilmente de lo que hubiera sido deseable».
Estas actitudes acaban generando, asegura Labanda, un doble problema. Porque si por una parte se está transmitiendo el mensaje de que no hace falta ningún esfuerzo para alcanzar las metas, por otro se está sobreprotegiendo a los hijos. Y con ello conseguimos «que los chicos carezcan de responsabilidad, de autonomía y de autoestima. Al final, acaban pensando que es mejor no hacer nada porque ya lo harán los padres y porque ellos no saben hacerlo. En otras palabras, educamos a los hijos sin las armas necesarias para que se enfrenten al día a día».
Sin embargo, encontramos numerosas excusas para justificar estas acciones. La más habitual consiste en ponerles las cosas sencillas a los chicos porque,»con lo difícil que está la vida, no quiero que sufran. Ya tendrán tiempo de pasarlo mal». Pero la vida, afirma Labanda, requiere precisamente de pruebas que superar. «Si no se sufre y no se aprende, no se adquieren las herramientas necesarias para enfrentarte a situaciones negativas. Es importante que los chicos adquieran habilidades sociales y refuercen su autoestima, pero eso requiere trabajo».
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