Cuando nosotros éramos jóvenes, lo normal, aunque te llevaras bien con tus padres y estuvieras a gusto en el hogar familiar, era desear independizarte y vivir nuestra vida sin la sujeción familiar. Pero ahora se registra una tendencia, por la que casi un 70% de los hijos mayores de edad permanecen, hasta una media de los 28 ó 29 años, en casa de los padres, en ocasiones ya jubilados y abuelos con nietos de otros hijos.
Es fácil deducir que esta nueva situación puede generar tensiones en la relación de estos hijos mayores con sus padres.
El desempleo juvenil es una de las causas que retrasa la emancipación de los jóvenes, pero no es el único freno. También influyen notablemente las exigencias cada vez mayores de las empresas que piden especializaciones profesionales que obligan a prolongar los estudios. Es probable que un universitario con 23 años deba continuar sus estudios y no encuentre trabajo estable sino contratos temporales, con mucha exigencia y poca paga, lo que le impide independizarse y acceder a una vivienda.
Sin embargo, lo que debe ser para un joven un reto para superarse a sí mismo, no puede convertirse en una coartada para seguir viviendo cómodamente en la casa paterna. El hijo debe esforzarse por salir de esta situación buscando su independencia económica, para hacer menos gravosa su estancia en el hogar familiar y no depender de la ayuda de sus padres; es más, debe procurar, aunque sea con trabajos ocasionales, colaborar a la economía familiar y evitar tener que pedir dinero a sus padres para desarrollar su vida social con los amigos. Este planteamiento colaborador del joven facilitará la convivencia familiar, pues ayudará en las labores domésticas y respetará la vida de los padres y hermanos menores, porque mantiene sus compromisos filiales y familiares.
En este caso, los padres deberán adoptar una actitud positiva, comprendiendo la situación de este hijo -que suele afectar a su autoestima en el esfuerzo para elaborar su proyecto personal de vida-, tratándole con cariño y comprensión, evitando que pueda llegar a sentirse una carga para la familia, aunque en ocasiones pueda ocurrir que a los padres pensionistas les agobie económicamente el cubrir los gastos crecientes de éste. No es un parásito porque ahora no pueda aportar nada. Dejarle claro que no hay prisa para que se vaya de casa pero, a la vez, aconsejarle que se esfuerce por encontrar el medio para emanciparse y poder constituir una familia.
Para convivir en armonía con hijos mayores de 25 años, los padres no pueden tratarlos como hijos pequeños. Los jóvenes deben disponer de más autonomía, no darles ayudas innecesarias, ni tomar decisiones que suplanten su responsabilidad. No sermonearles, sino más bien estar disponibles para escucharles y asesorarles en lo que pidan. Con un diálogo afectuoso hemos de fortalecer sus convicciones personales y no imponerle obligaciones a base de discursos. Nuestro objetivo será disponerles para que diseñen su forma de vida futura.
Caso muy distinto será el de los hijos mayores que no quieren emanciparse y consideran el hogar familiar como un hotel sin coste. Reclaman autonomía absoluta, sin obligaciones familiares y pretenden depender de los padres sólo en lo que les conviene: las necesidades materiales. Su planteamiento podría ser: «Aquí me sale todo gratis y ahorro. Como en mi familia no se vive en ninguna parte». Vida cómoda, ahorrando sin mayor esfuerzo y sin preocupaciones. A este planteamiento pueden haber contribuido los padres permisivos, blandos, que si no exigían antes a sus hijos, será difícil que lo hagan ahora. Los hijos han tenido todo en lo material y han hecho lo que les apetecía. Con sus actitudes proteccionistas, los padres han formado hijos que se acomodan en casa y que ahora «abusan de ellos». Podemos encontrarnos que estos jóvenes por su inmadurez se comportan como adolescentes, con complejo de Peter Pan, que tienen miedo a asumir responsabilidades y por ello no se deciden a independizarse, llevándoles su miedo a darse a no decidirse a fundar una familia.