«Mi hijo llegaba a casa triste, llorando, no quería ir al colegio. Cada día se inventaba una excusa: que si me duele un pie, que si una mano, que si la tripa… Teníamos que llevarle prácticamente a rastras». Después, la cosa fue a más. «Un día regresó con el abrigo rajado. Otro, con las gafas pisoteadas. Otras veces llegaba con chichones, arañazos… Incluso le cortaron la coletilla durante un recreo».
Fuente: El Mundo
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/03/01/espana/1330625918.html?cid=GNEW970103