Los beneficios del perdón son múltiples, pero el mayor de todos es la paz interior que se consigue. Muchos padecimientos, sinsabores y estados depresivos tienen su origen en el resentimiento. Y es lógico, puesto que las heridas del alma no cicatrizadas frecuentemente son más dolorosas y complicadas que la mayoría de las heridas corporales.
Perdonarnos a nosotros mismos
Sentimiento de culpa y perdón están íntimamente relacionados. A cualquiera con conciencia de sus propias actuaciones le embarga (y le debe embargar) un sentimiento de culpa tras ciertos pensamientos, actitudes o acciones inadecuadas. Igual que la vida con resentimiento es difícil, con sentido de culpabilidad también lo es pues impide caminar hacia delante. El sentido de culpa está en relación con no dejarse perdonar, con no admitir que podemos ser perdonados. Denota una cierta dosis de orgullo y un miedo profundo e inconfesable a ser auténticamente libres.
La solución es sencilla. Igual que hay que disolver el resentimiento, mediante el perdón al otro, hay que resolver el sentido de culpa, admitiendo el perdón que nos otorgan y sabiendo perdonarnos a nosotros mismos. Si no, llegaríamos a una conciencia atormentada o una conciencia acomodada o laxa.
La verdadera solución al sentimiento de culpa es el perdón, el arrepentimiento verdadero ante la ofensa causada al prójimo. Es la mayor de las liberaciones. Se alcanza la paz verdadera, la tranquilidad. Y, una vez más, desde esta atalaya se divisan las mejores perspectivas, el horizonte limpio que permite avanzar y llegar a la meta propuesta.
Características del perdón
Estos son los requisitos para que el perdón sea verdadero:
1. Inmediatez. Antes de que asiente el resentimiento. Cuanto más tiempo se le conceda, más difícil es el perdón, pues el daño se enraíza y no quiere marcharse, pretende corroernos.
2. Totalidad. Hay que perdonar sin reservas, todo, hasta lo aparentemente imperdonable. Si dejamos algo sin perdonar, significa que no hay verdadera intención de paz ni libertad. En ese caso, es posible que estemos engañándonos a nosotros mismos y a nuestra conciencia.
3. Reiteración. Siempre. Va a ser difícil, encontraremos muchas dificultades: el cansancio, pensar que se están riendo de nosotros (otra vez la tentación del orgullo herido), creer que pareceremos ingenuos… Esta actitud, más que ingenuidad, es sagacidad pues se trata de un proyecto a largo plazo y el triunfo siempre es para quien actúa adecuadamente, con la mirada puesta en el porvenir, con mirada de largo alcance. Para perdonar reiteradamente ante diversas afrentas o ante una misma y a lo largo del tiempo, se precisa fortaleza.
4. Realista. Perdonar no es ingenuidad. Hay que saber mirar la ofensa como lo que es. La realidad se mira de frente, no tangencialmente. Ese realismo conlleva, en primer lugar, considerar las posibles circunstancias atenuantes o eximentes. Posteriormente, aborrecer el daño, el mal, lo injusto, pero siempre con la conmiseración hacia el agresor. «Odia el delito y compadece al delincuente», se decía antaño.
5. Humilde. Condición imprescindible para perdonar. El orgulloso no perdona realmente y si lo hace, difícilmente su perdón es auténtico y profundo.
6. Acogedor. Hay que estar prestos a procurar una «salida airosa» a quien ofendió. Además de perdonar, procede ayudarle a que rectifique su proceder para que no vuelva a repetirlo y, quizá incluso, de ese modo y gracias al testimonio sirva para encauzar algunas otras actitudes inadecuadas. Este modo acogedor quizá implique modificar algunas de nuestras disposiciones y comportamientos puesto que, ¿en cuántas ofensas que hayamos recibido no habremos tenido parte en la provocación del otro
Ignacio Iturbe
Asesoramiento: Julio Lorenzo Rego, autor de la conferencia La terapia del perdón en una sociedad endurecida.
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